Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

En los últimos meses pareciera como si los guatemaltecos de la élite que decide y concentra el poder, descubrieron cosas que son el pan de cada día en la Guatemala profunda que está tan lejos de la torre de marfil que protege a alguna gente. En Guatemala tenemos un sistema judicial que da vergüenza y que incumple plazos desde hace siglos, pero hasta que conocidos de esa élite pasaron por la carceleta se abrieron los ojos y se nota que aquí hay poco respeto por la garantía constitucional que ordena que toda persona sea reputada inocente hasta que en juicio se demuestre lo contrario.

La cacareada presunción de inocencia le valía gorro a esos sectores hasta hace pocos meses, tanto así que nadie protestó cuando se calificaba de delincuentes a los que usaban tatuaje o, peor aún, cuando se organizaron escuadrones de la muerte para realizar extensas actividades de la llamada limpieza social en la que se iban por igual tirios y troyanos, culpables o inocentes.

Por ese eterno divorcio ente la realidad y la gente que toma decisiones e influye es que tenemos un sistema de salud caótico, puesto que ni políticos ni particulares con poder tienen que ir nunca a uno de los hospitales o Centros de Salud del Estado. Los menos privilegiados van a hospitales privados bien surtidos y atendidos, mientras que los que más poder tienen, encuentran atención en sofisticados centros asistenciales del primer mundo.

El submundo de la educación pública está a años luz de distancia de los ocupantes de la torre de marfil porque quienes disponemos de algunos medios enviamos a nuestros hijos a los colegios privados que se disputan el ranking como los que mejores alumnos preparan para entrar a las universidades también privadas. Eso de depender de una corrupta galleta escolar o de maestros que no responden al llamado de la vocación sino a los llamados de Acevedo, está fuera del radar de todos los que deciden y de quienes tenemos voz para opinar en los medios de comunicación del país sugiriendo medidas y políticas de Estado.

La misma seguridad ciudadana es muy distinta si la vemos desde la perspectiva del habitante de un barrio marginado, que depende del servicio público de transporte, en comparación con lo que percibimos en colonias protegidas o lo que siente una familia que se desplaza en carros blindados y con abundantes guardaespaldas.

Marcar el contraste es necesario para entender por qué hay tanto rezago social en un país como el nuestro, porque el poder está definitivamente concentrado en las élites que no entienden la realidad. Ese divorcio es terrible porque analizamos muchos de nuestros problemas desde perspectivas irreales, alejadas del drama diario que significa para la mayoría de guatemaltecos el ganarse día a día la vida.

No es plantear un problema de clases sociales, sino simplemente entender por qué es que hay tan escasa preocupación por políticas que contribuyan a ofrecer mejores oportunidades a esa gente que ha encontrado en la migración su única esperanza y quizá hasta su panacea. Y es que quien sufre pobreza y marginación puede que vote en el marco de la cooptación, pero carece absolutamente de voz.

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