Raúl Molina
Tener a Jimmy Morales como presidente es el mejor ejemplo de la falta de liderazgo nacional. Ante la masacre cometida en Pavón, ni siquiera emitió opinión, dando alas a la hipótesis del hermano de Byron Lima sobre el asesinato de éste. Tampoco hay liderazgo en ninguno de los Ministerios y entidades del gobierno, porque sus funcionarios comparten el descrédito de “ser políticos” y ser parte de este desgobierno. Renunció el Ministro de Salud, por no atacar los problemas del colapsado sistema de Salud, particularmente los hospitales, y por llevar al IGSS a un estado de catástrofe. El Ministro de Gobernación trata de lograr equilibrios, como el despido de los encargados del Sistema Penitenciario y el director de Pavón, sin poder evitar que la inseguridad galopante lleve a la población a la desesperación. Ningún otro funcionario del gobierno aparece como líder, excepto la Fiscal General, al frente del MP, a pesar de recibir amenazas y ataques. Tampoco cuenta el Congreso; Taracena no es líder –miembro de la vieja guardia política y con “la cola machucada”– y su futuro depende de su incondicionalidad a la Embajada. La UNE y el FCN-Nación se disputan supremacía en cuanto a falta de funcionalidad e ineficiencia y los demás partidos prácticamente “no existen”. Aunque algunos jueces han demostrado capacidad y valentía, el sistema judicial, en su conjunto, no brinda liderazgo. Tampoco la CC ejerce liderazgo alguno, porque unos días se inclina en una dirección y en otros en dirección contraria. El TSE parece no contar en nada (todavía se ven anuncios de la campaña de Jimmy en carteles de la ciudad), a tal punto que en la discusión de la segunda generación de reformas de la Ley Electoral ha quedado marginado. Es un Estado sin liderazgo y, por lo tanto, fallido, en las manos del imperio, CACIF y militares y exmilitares represivos y corruptos.
Tampoco la sociedad civil aporta el liderazgo que el país necesita. Algunas personas que pudiesen aportar no se les deja hacerlo, como Rigoberta Menchú, Daniel Pascual y Rosalina Tuyuc; otras no se animan a jugar un papel nacional, como el Grupo de los Cuatro –Arzobispo, Iglesia Protestante, USAC y PDH– y figuras significativas del grupo Semilla y otros colectivos, del sector del periodismo, de los profesionales e intelectuales honestos y de otros; los líderes campesinos (CUC, CONIC, CODECA y otros) y sindicales prefieren circunscribir su liderazgo a las organizaciones que luchan por sus reivindicaciones; los líderes indígenas libran extraordinarias luchas en sus propias comunidades, aunque sin generar liderazgo nacional; y pocos brindan opiniones políticas sobre el conjunto del país. Esto es, sin más ni menos, lo que tenemos que cambiar urgentemente. Cualquiera de estos líderes sociales tiene mejores soluciones para enfrentar los problemas nacionales que los voceros del sistema político y les corresponde expresarlas, no como ataques o dogmas, sino que como propuestas para el debate. El momento no es para líderes caudillistas; tenemos que inventar los liderazgos democráticos que, con el respaldo de su propio colectivo, contribuyan ya a la transformación del sistema.