Alfonso Mata

Vertiginosos han sido los profundos cambios impuestos en las costumbres y las tradiciones por la política, la ciencia, la economía y la imitación; no los podemos seguir y, es por eso, que se hace difícil saber, cómo ha actuado esa substitución de lo “natural” a lo “artificial” y modificado al hombre. No hay duda del cambio porque el ser humano depende del ambiente que lo rodea y se mueve y al que se adapta. Vivienda, dieta, hábitos morales, intelectuales se modificaron y entonces cabe la pregunta sobre su beneficio.

Es evidente que al igual que el hombre urbano, el rural ha acogido con gusto la vida moderna; ha abandonado incluso la manera de crear y cultivar y adaptado con avidez, aunque no siempre con conocimiento adecuado, las maneras de obrar y de pensar que les impone el comercio, la industria, dejando sin vacilar viejos hábitos. Para la juventud rural, por ejemplo, es menos fatigoso trabajar en una fábrica, en una oficina que en el campo, aunque las nuevas técnicas hayan suavizado la existencia y entonces migran a las ciudades.

Junto a la disminución del esfuerzo muscular y la adquisición de modernos accesorios, han aceptado el privilegio de huir de la soledad y el silencio y disfrutar de la radio y la televisión y de esa cuenta son parte ya, de multitudes ruidosas que evitan la molestia de pensar y a través de ejemplos y vivencias pasivas, como los que proporcionan los medios de comunicación, se han ido liberando de las restricciones morales impuestas por sus creencias anteriores y principios religiosos. Es una educación que incita por todos los medios, a adquirir el poder y la riqueza y, la violencia, no deja de existir solo que acá se silencia. Es una vida cargada de frecuente excitación y fácil satisfacción de apetitos, ya no solo en varones sino en hembras también, sin que la detenga la represión, la disciplina, el esfuerzo o la moral. Pareciera que no están obsesionados por el temor de perder y por lo tanto, no hay seguridad en el fondo de cada ser sobre lo que se es y se espera.

Sin embargo, se dice que la salud mejora, (menos mortalidad) que la educación mejora (más alfabetismo), y en la longevidad todavía queda algo por hacer, ya que el sistema rural no funciona sin el soporte de la ciudad, aunque sin el confinamiento en edificios, la preocupación por el tráfico, la contaminación.

Pero en medio de esos triunfos en higiene y educación, pareciera que solo le dimos vuelta a la tortilla. Abundan las enfermedades crónicas y decae la salud mental y el sentido de convivencia y ayuda mutua, dejando al desnudo sus grandes debilidades, problemas y pobreza y su incapacidad para resolver esos problemas, que van de la mano de cierto abandono y miseria en que ambiente y sociedad se entrelazan, sin formar condiciones para evitar y atacar. Aunque sin duda están más instruidos, son más ignorantes, ignorantes de y sobre su propia existencia y futuro y buscan “la práctica”, por más contraproducente que esta sea y que les deje a merced de un ambiente humano y natural, que les es adverso en lo individual y en lo social.

¿Será que la inteligencia y el valor retroceden cuando el carácter se debilita? Diríase y puede decirse que el medio rural guatemalteco, al igual que el urbano, es incapaz de producir la suficiente gente, capaz de estar dotada de imaginación, inteligencia y valor y eso nos explica, la disminución en calibre intelectual y moral, de quienes tienen la responsabilidad de dirigirnos, ya sea en los negocios públicos o en los privados. ¿No es eso lo que nos muestran los acontecimientos de los últimos años? nuestros tremendos errores en las negociaciones y el atraso en la organización que demanda la vida moderna y que hacen de nuestra vida económica, social y ambiental, en vez de una ayuda, un lastre, propiciando toda una serie de daños. No estamos creciendo a la velocidad que demanda el mundo que hemos construido.

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