Tras seis meses de la toma de posesión del Presidente y los diputados, es un buen momento para evaluar lo que tenemos en esta coyuntura especial que vive Guatemala desde el año pasado.

El resultado es preocupante. Primero, porque aparte de haber renunciado a la presión real para que los cambios llegaran a un punto sin retorno, la ciudadanía, como generalmente ocurre, tiró la toalla a medio camino y ha dejado que cuajen de nuevo esos poderes que mantienen secuestrados los beneficios de un Estado que sirve solo para unos cuantos mañosos, pero que es un desastre para el resto.

La realidad es lamentable, porque teniendo a la vista lo podrido que estamos en liderazgos y ejercicio del poder en todos los niveles, se sigue creyendo que «el cambio» que sufrió el país ha sido «histórico». Eso que la gente se cuelga como medalla debería ser razón de pena porque se hicieron plantones en la Plaza para apoyar las acciones de la CICIG y MP, pero no se hizo el resto del trabajo, y por eso tenemos que sufrir políticos tan mediocres.

Hoy, por esa dejadez ciudadana, tenemos un Presidente feliz y orgulloso de lo que ha hecho aun cuando eso sea nada. Al quitarle la presión, se le dio caducidad al mandato que le pedía transformar al país y es por eso que el «señor Presidente», como le dirán sus sobalevas, se siente comodísimo al subirse en el vehículo del mismo sistema que ha llevado al traste al país con las administraciones que le antecedieron.

Del Legislativo, ¿qué más podemos decir? Ni siquiera asustar con el petate del muerto se puede porque ya saben que la población no los sacará a sombrerazos, que la pereza y la comodidad le gana al individuo, y que pueden hacer lo que quieran, como lo han venido haciendo, que no hay poder de Dios que los ubique ni por las buenas ni por las malas en su lugar.

Así que la evaluación REPROBADA de estos seis meses es principalmente para la ciudadanía que dejó que los poderes de siempre se volvieran a estabilizar porque nunca hubo olas suficientes como para tirarlos al agua. Mucho menos, que haya habido siquiera propuestas profundas de transformación del Estado.

Desde esta tribuna insistimos en una severa transformación del control financiero de las campañas políticas; en la apertura a la participación política; en revisar todos los contratos y adjudicaciones en Comunicaciones, Salud, Energía y Minas, Educación, Gobernación y Defensa; y en terminar de decirle a la vieja política y sus secuaces que estamos hartos y que es hora de gente honrada.

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