Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
¿Cuántos padres no han tenido que decirles esas palabras a sus hijos en los últimos años por la violencia? ¿Cuántos cónyuges, progenitores, hijos, hermanos han recibido esa fatídica llamada que los hace emprender un camino de angustia hacia la escena del crimen? ¿Cuántos padres han visto alterado el orden normal de la vida y han tenido que enterrar a sus hijos? ¿Cuántas familias han tenido que aprender a convivir con el dolor sabiendo que sus seres queridos solo están en fotos, espíritu y alma, pero no físicamente?
Estando en la redacción de La Hora, hace un poco más de dos años, toqué fondo y tuve que buscar ayuda. Vi la foto de una mujer, acompañada de sus dos hijos y su madre, sollozando encima del cadáver de su esposo que yacía en el asfalto momento después que unos desalmados sicarios le habían dado muerte. Me vi en la necesidad de pedir ayuda profesional y comprendí que había reprimido mucho en torno a la violencia que como país nos afecta y que también ha pegado en el seno de mi familia.
Como guatemaltecos hemos aprendido a vivir con la cultura de la muerte como parte del paisaje; si alguien me debe dinero, lo mato; si alguien hizo un cambio en el trabajo que me afectó, lo mato; si alguien se opone al robo de un bien, lo mato; si alguien me es un obstáculo, lo mato; si alguien no paga la extorsión, lo mato; si alguien me es competencia, lo mato y así sucesivamente, porque hemos encontrado en el recurso de la muerte la mejor forma para dirimir controversias o allanar el camino.
Pero no es solo con la cultura de la muerte; convivimos con la impunidad, con la corrupción, con la miseria, con la falta de oportunidades, convivimos con los pícaros, con los mareros que extorsionan tatuados tanto como con los ladrones de cuello blanco que matan de hambre y delinquen robando oportunidades con ropa de diseñador.
Uno debe agradecer todos los días el tener el privilegio de compartir en la tierra con los seres queridos, pero aquí debemos celebrar doblemente el llegar a la casa todos los días porque las muertes están a la orden del día sin discriminación alguna de clase, género, raza o edad.
Y lo más grave de todo esto es ¿Cómo lo paramos? Y digo que es grave, porque la solución a esto pasa por medidas de corto, mediano y largo plazo, pero en Guatemala somos especialistas para buscar atajos y terminar en chapuces y si no me cree, vea en lo que ha derivado la reforma del Estado que ahora el Congreso bloquea cada vez que puede.
En un corto plazo necesitamos fortalecer a la PNC y al MP (pero el Ministro de Finanzas se niega a darles más dinero) para avanzar con las investigaciones y que las muertes no queden impunes; al menos que caigan los sicarios. Es de mediano plazo porque el entramado de impunidad, de cooptación del Estado (incluida la justicia) y las cárceles, tiene que cambiar para que tengamos un aparato estatal que garantice la vida y el desarrollo humano y eso solo se logra presionando a un pinche Congreso que hasta ahora no oye, no siente nuestra deseo de cambio.
Y es de largo plazo porque debemos generar más y mejor oportunidades vía educación y salud porque mientras siga siendo más rentable matar (con toda probabilidad de quedar impune) siempre será más atractivo ser un asesino a sueldo que alguien preparado que debe luchar contra todo un sistema para salir adelante y poder llevar los frijoles a la casa.
Quedarnos quietos no es una opción y si lo hacemos, que empiece el cronómetro a marcar el tiempo, porque la tragedia nos alcanzará.







