Estuardo Gamalero

“El poder arbitrario constituye una tentación natural para un príncipe, como el vino o las mujeres para un hombre joven, o el soborno para un juez, o la avaricia para el viejo, o la vanidad para la mujer”.
Jonathan Swift

Buscando y leyendo sobre “Estado de Derecho y las Garantías Individuales”, encontré una publicación del autor Gustavo Mayén, en la cual hace una reseña histórica, elemental y bastante precisa, de los orígenes del Derecho Constitucional.

“a. La Carta Magna, firmada en el año 1215 en Inglaterra, limita el poder de la monarquía impidiendo así el ejercicio del poder absoluto y estipulando medidas concretas de protección de las libertades individuales. b. La Petición de Derechos de 1628, que garantizaba diversos principios de libertad política (respecto de los derechos del Parlamento), así como libertades individuales (seguridad del pueblo). c. El Acta de Habeas Corpus de 1679, que fue el primer intento por prevenir detenciones ilegales. d. El “Bill of Rights” de 1689, un verdadero contrato, establecido entre los soberanos y el pueblo. Enumera los derechos reconocidos al pueblo desde 1215, y enuncia un principio esencial: la autoridad real no tiene fuerza de ley: la ley está por encima del Rey. e. La Declaración de Derechos del Buen Pueblo de Virginia (junio de 1776), la Declaración de Independencia Americana (julio de 1776), instrumentos fundacionales de los Estados Unidos de Norte América y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) en Francia, dan continuidad al proceso histórico de desarrollo de los derechos humanos, y a la vez inician un nuevo movimiento de ideas en la materia, que fundamentarán los derechos humanos que se reconocerán posteriormente.”

Las historias que definen cada uno de esos eventos tienen varias cosas en común: los civiles se enfrentaron al desmedido y abusivo Poder de los gobernantes, es decir, del Poder Público sin contrapesos.

Hay una enorme diferencia: ENORME, entre fortalecer la institucionalidad del Estado, y generar plazas o funcionarios públicos, que directa o indirectamente, puedan corromper el espíritu de las garantías individuales y/o abusar en el rol de sus funciones.

Lo anterior, combinado con la debilidad de nuestras instituciones y la perversión de quienes nos han gobernado tanto a lo interno, como a lo externo de nuestras fronteras, nos ha llevado en cosa de un año, a esta mezcla de “apocalipsis jurídico, con sendero de la Tierra Prometida”.

No quiero sonar patético, pero estoy convencido que involuntariamente y por abonos, nos hemos convertido en el país de los ensayos: “Tenemos un problema: echémosle la culpa a la ley”; “La ley no sirve: hagamos otra peor”; “La crisis agobia: generemos más crisis”; “No hay dinero porque se lo robaron: no importa, incrementemos los impuestos”; “No alcanza el dinero en el Estado: hagámonos los locos con el gasto público sin control”; “Existe una conflictividad real: que bueno, aprovechemos y lucremos de ella”; “La justicia civil y administrativa es lenta e ineficiente: vayámonos por la vía penal”; “Los trámites y procedimientos en las instituciones son repetitivos y absurdos: no importa, pongamos trabas, desmotivemos las inversiones y generemos más informalidad”.

Me duele decirlo, pero la mayoría de veces actuamos tardíamente, a “prueba y error” y casi siempre, en el ambiente de la “olla de cangrejos”, pues en vez de reprender al cangrejo que hace daño, en Guatemala se le elogia o se le justifica.

Mientras los guatemaltecos y los extranjeros no entendamos y aceptemos que la causa de los problemas somos las personas y nuestra actitud, seguiremos condenados a la ilusión o más bien justificación, de creer que el cambio está en las leyes y no en uno mismo.

Por supuesto que el interés social prevalece sobre el interés particular. De lo anterior no tengo ninguna duda. Pero nunca olvidemos que los derechos inherentes a la persona son supremos y reconocidos como Derechos Humanos, nunca supeditados a intereses, circunstancias o, a la arbitrariedad en el ejercicio del Poder.

Como Chapín con ganas de un mejor país, sinceramente deseo que esta compleja e incierta etapa por la que atraviesa Guatemala, rinda sus frutos y en poco tiempo podamos reconocer que estamos mejor. Pero también espero, que este período no se vea empañado por lambiscones, ni por la cooptación ideológica de personas que pululan en el resentimiento, el amarillismo de noticias y la conflictividad.

Y mucho menos, por leyes con procedimientos que violan principios fundamentales de las personas.

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