María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

La semana pasada una de las afirmaciones del presidente Jimmy Morales causó revuelo en los medios de comunicación, y en un sector bien definido de la población. El mandatario sentenció que hay personas que hasta el día de hoy viven del conflicto armado, un conflicto en el que el fuego se apagó hace casi 20 años, pero con cuyas secuelas nos toca seguir sufriendo día con día.

La cuestión es que el Presidente fue abucheado por muchos por dejar salir esa verdad que incomoda a la mayoría, pero que no deja de ser acertada y pareciera faltar mucho tiempo para que deje de serlo. No quiero decir con esto que la decisión de opinar al respecto, por lo que representa, haya sido lo más apropiado o lo que políticamente más le conviniera al mandatario, quizá el haberlo hecho pueda ser considerado como una imprudencia, pero, a mi criterio, no deja de tener razón.

Tristemente, el supuesto final del Conflicto no fue tal. Cesó el fuego y la lucha frontal entre los bandos que disputaban ser reconocidos como los poseedores de la ideología verdadera, pero el odio, el rencor y el desprecio de uno por el otro jamás terminó. Unos cuantos, incluso hasta el día de hoy encuentran en esa despreciable lucha un jugoso y enorme botín en apariencia inagotable.

Como siempre, debo aclarar que no es mi intención minimizar el sufrimiento de las víctimas de cada uno de los grupos enfrentados ni pretender que este deba ser invisibilizado o, mucho menos, borrado de nuestra historia si es observada con objetividad. Sin embargo, muchos de estas sectas veneradoras de nuestra cruenta historia, se han aferrado a la misma con vehemencia al punto que han llegado a afirmar que no olvidan, no perdonan y no se reconcilian. ¿Cuál fue entonces el objetivo de la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera?

Y es que la guerra sigue siendo una industria rentable, la victimización de los involucrados, me refiero a los grupos armados y no a la población civil, no cesa e incluso existen aquellos que bajo un discurso de igualdad y de reivindicación se convierten en mercaderes volviéndose intermediarios entre las víctimas, a quienes engañan y manipulan, y los entes encargados de resarcirles. También están los que del otro lado de la historia continúan haciendo del enfrentamiento una forma de vida y atemorizan a la población hablando sobre gestas de revueltas y de terror que no existen.

A medida en que nos acercamos a ese 29 de diciembre que representará las dos décadas de haber firmado la paz, empieza a resultar más pavoroso observar lo poco que hemos avanzado para reconciliarnos. Es triste ver cómo las nuevas generaciones son manipuladas y abogan por una historia contada a medias por cualquiera de los dos bandos. Creo que ya es hora de despojarnos de esas cadenas que el Conflicto sigue significando e imposibilitar que ciertos individuos y grupos, que pertenecen a ambas partes, sigan lucrando con una historia dolorosa que debe ser superada para el bien de nuestra sociedad.

Artículo anteriorPresidente: así no cambiará Guatemala
Artículo siguienteEl resentimiento es destructivo