Eduardo Blandón

Entre tantas cosas rescatables de los últimos acontecimientos que hemos sido testigos, se encuentra el presunto despertar de una sociedad habitualmente aletargada a causa de un estilo de vida acentuado por la cultura individualista de nuestros tiempos.  Esa nueva sensibilidad es importante porque puede generar los cambios que la sociedad necesita.

Evidentemente no existe unanimidad en lo que digo porque algunos sugieren que no hay tal participación, que lo que se ve es una especie de llamarada de tuza o acciones cómodas consistentes en reaccionar desde el aposento a través de las redes sociales.  Es decir, que existe más de lo mismo y no hay motivo alguno para el optimismo como algunos inocentemente creemos.

Yo comparto a medias esa opinión porque aunque es cierto que no se puede negar el activismo light de algunos jóvenes impetuosos, también es cierto que muchos abandonaron la comodidad del hogar, un fin de semana de santo solaz y dispersión, para protestar indignados por el descalabro del país por unos actores vergonzosos para quien se pedía la cárcel y el castigo.

Negar esas acciones es hacer caso omiso a los hechos para crear artificios intelectuales que solo conducen a la descalificación.  Por ejemplo, ningunear a los grupos organizados, juzgándolos como manipulados o faltos de olfato para descubrir una maldad que no saben ver y que beneficia a sectores tradicionales.  En este caso no se trataría de un despertar, sino de acciones atomizadas, desarticuladas y poco inteligentes que en poco o nada abonan a la solución de los problemas del país.

Es probable que sea muy temprano para valorar con justicia el movimiento ciudadano de los últimos tiempos, pero con toda seguridad ha marcado un hito importante en la historia reciente y ha sido causa de cambios para la transición que hoy vivimos.  Creo que nada de lo ocurrido recientemente puede ser explicado sin ese ánimo ciudadano que llenó las plazas y que continúa hoy pendiente de lo que ocurre para la gestación de nuevas acciones.

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