Estuardo Gamalero

“La verdadera riqueza del Hombre, es el bien que hace en este mundo”
Mahoma

En mis notas de hoy, me aparto del ambiente político: pérfido e intrigante, que intenta ahogarnos como náufragos a medio mar, rodeados de amenazas y en dónde fácilmente confundimos salvavidas con anclas y delfines con tiburones.

Les quiero contar, que me disfruto buscando y viendo las presentaciones de esa serie de TV: “You Got Talent”, en la cual, personas de diversas nacionalidades, en distintos países, audicionan y exponen sus destrezas. De hecho, mi favorito es “Britain´s Got Talent”. Ver el talento nato de una persona que desafía la lógica, la excelencia y las capacidades del ser humano, buscando salir adelante, trascender y obtener el reconocimiento del público y de los jueces, no tiene precio.

Hoy escogí un tema que siempre ha llamado mi atención: “La necesidad de admirar la excelencia y el reto del ser humano por dejar buenas huellas en su vida”.

Es un decir de la mayoría: “A este mundo, todos venimos de igual: desnudos, indefensos y sin nada”. La verdad no estoy del todo de acuerdo con esta aseveración. Eso sí, suena muy bonita. Si bien todos los bebés llegan desnudos e indefensos, también vienen sujetos al buen trato de sus padres, al ambiente de sus familias y muy especialmente, afectos a las oportunidades que su entorno les presente, ya sea para alimentarse, mantenerse sanos, estudiar y algún día, conseguir trabajo.

Si bien hay casos excepcionales de hombres y mujeres fuera de serie, que lograron vencer todo tipo de adversidades y generar sus propias oportunidades, la verdad es que no podemos hacer de esas excepciones una regla, o una constante. De lo que si estoy claro, es que Dios tiene un propósito único para cada ser humano, según las circunstancias que le toca vivir. Ese propósito, en mi opinión, no tiene nada que ver con ser resentido, delincuente o envidioso. Así como tampoco debería definirse por la riqueza material de una persona o su belleza.

Estoy seguro que todos sabemos y conocemos de verdaderas escorias (ricos y pobres), carentes de valores y capaces de cualquier cosa.

También es un decir de la mayoría: “De este mundo todos nos vamos igual: sin llevarnos un centavo de fortuna o una la línea de fama”. Ese adagio, al igual que el primero, suena bien, pero me parece que parte de una valoración incorrecta y estúpida: “el quererse llevar dinero al cielo o al más allá, como si eso fuese posible”.

La excelencia del ser humano no depende del dinero. No es algo que se dé o se quite, por el hecho de ser rico o ser pobre. De allí también, que nos haga click aquello de: “hay ricos pobres y pobres que son millonarios». Lo anterior, es porque la vara con la cual se debe medir a una persona, no depende de cuánta fortuna amasó, o, como dice Joaquín Sabina en su canción “Pobre Cristina”: “¡Era tan pobre, que no tenía más que dinero!”

¿Cuánto bien hacemos con lo que tenemos?

¿Cuál es el propósito y cómo se juzga el legado de un ser humano?

Si tomamos por válido que “el camino se hace al andar”, serán la ruta del trayecto y las huellas de los actos buenos que dejamos, las que definan la vida que tuvimos. En la medida que ambas cuestiones: el rumbo del camino y las huellas sean las correctas, entonces podemos decir y la historia nos juzgará como hombres o mujeres de buen legado.

Para muchos, el “rumbo correcto” es una cuestión subjetiva. Por ejemplo, las personas que viven de la envidia, los conflictos, el oportunismo, el resentimiento y el orgullo, ciertamente alinean los objetivos de sus vidas, exclusivamente con sus intereses, sin importar que los mismos sean ilegales, inmorales, amarillistas o vacíos. De ese tipo de gente, usualmente no vemos propuestas, sino el afán de utilizar a las personas, destruir, dividir, vengarse, complicar y aprovecharse de las circunstancias y el sistema.

Por otra parte, están aquellos que rigen sus vidas por principios. Esa clase de gente, si bien no es perfecta, usualmente tiene en armonía lo que siente y lo que piensa, con lo que dice y lo que hace. Estas personas creen, generan, construyen, invierten y desarrollan a quienes les rodean y por supuesto al entorno en el que se mueven. Si bien esos individuos tienen intereses particulares, buscan que los mismos estén alineados con los principios y valores de la sociedad.

De esas gentes es que vemos y tenemos frutos.

Mientras el rastro de muchos hombres se desvanece como polvo, con el escueto viento que mueve las hojas de un árbol, otras huellas se graban en la historia y perdurarán con orgullo a través de las generaciones.

Cuando alguien deja este mundo, no toca más que ver el tipo de huellas que hizo en el andar de su vida y en el camino de los demás. Es justamente ahí, en donde podremos opinar respecto del legado y enseñanzas que nos dejó una persona.

En memoria de don Jorge Castillo Love y sus huellas.

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