Félix Loarca Guzmán

El pasado lunes se cumplieron 62 años del derrocamiento del segundo gobierno de la primavera democrática que hubo en Guatemala luego del triunfo de la Revolución de Octubre de 1944.

Fue el 27 de Junio de 1954, cuando el Presidente de la República, Coronel Jacobo Árbenz Guzmán, comunicó su decisión de renunciar, pensando que con ello se detendría el derramamiento de sangre provocado por una invasión de mercenarios, organizada por la Agencia Central de Inteligencia, CIA, de los Estados Unidos.

Árbenz dijo que, en forma cobarde aviones de Estados Unidos estaban bombardeando el territorio nacional, con el pretexto de que el gobierno de Guatemala era comunista.

Esa intervención armada de Estados Unidos, marcó el inicio del secuestro de nuestro país, que desde entonces no ha podido lograr su verdadera independencia económica, social y política.

Las compañías transnacionales, especialmente de capital norteamericano, se apoderaron de Guatemala en alianza con diversos empresarios nacionales.

El excanciller Guillermo Toriello Garrido, explica en su libro Tras La Cortina de Banano, que la finalidad de la invasión de EUA, era restablecer los viejos sistemas de explotación, los del hombre por el hombre, reimplantar los abusivos e injustos privilegios de que gozaban sus empresas y, naturalmente, destruir las reformas económico sociales que pacíficamente se habían logrado durante los 10 años (1944-1954), de los dos gobiernos revolucionarios, el del Dr. Juan José Arévalo Bermejo y el del coronel Árbenz Guzmán.

Árbenz impulsaba un sistema de capitalismo independiente, para sacar al pueblo del atraso secular, de la miseria e ignorancia a que fue orillado desde la conquista española. Lo que irritó a los norteamericanos fue el programa de Reforma Agraria, destinado a dotar de tierras a los campesinos, como una de las principales estrategias, para salir de la estructura semicolonial y semifeudal del sistema económico imperante.

La agresión contra Guatemala en 1954, como la que actualmente sufre Venezuela, no era por Árbenz, ni lo es ahora por el presidente Nicolás Maduro. Con cualquier gobernante patriota y nacionalista que rescatara las riquezas naturales y que defendiera el patrimonio de la Nación, se atacaría por todos los medios posibles.

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