Marco Tulio Trejo Paiz
Ya tenemos una nueva ley que, al menos en teoría, puede introducir y transparentar el controvertido sistema electoral y de partidos políticos repudiado por la ciudadanía.
La ley fue discutida con lentitud, a ratos acaloradamente, en el Congreso Nacional.
El presidente de la república, Jimmy Morales, la sancionó, pero hizo ver la omisión de importantes aspectos que no quedaron preceptuados.
Ha venido esa ley a evitar toda una serie de vicios que han degradado la decantada “democracia”; así, entrecomillada.
El titular de la CICIG, Iván Velásquez, opina sobre algunas partes del cuerpo de la mencionada ley, las cuales han tendido a depurar las elecciones generales y a mejorar las actividades de las organizaciones políticas.
El conocimiento y las experiencias de los guatemaltecos, empero, sustentan el criterio de que con la ley y sin la ley, sobre todo pisoteada, los eventos electorales y las entidades de la política (o politiquería) siempre harán actos de presencia a los vicios que afectan al sistema que ha imperado.
El diario La Hora ha mantenido una postura esencialmente cívica respecto de la cuestión político-electoral y ha hecho ver la conveniencia de que la sociedad participe en una lucha como a ultranza para que todo lo atinente al sistema político-electoral honre a una genuina democracia.
Ya no más pecaminosas uñas largas saqueando impunemente el tesoro nacional asignado en muchas millonadas al Organismo Legislativo; ya no más transfuguismo por los camaleonistas; ya no más inventos de plazas fantasma de los diputados hasta para pagar salarios a los trabajadores de empresas privadas con los dineros del pueblo; ya no más corrupción de los diputíteres. En fin, ya no más abusos económicos en las controvertibles actuaciones inmorales de los “curuleros” tan conocidos al revés y al derecho por la población que los ha tolerado sin hacer manifestaciones como las que inundaron la “Plaza de la Constitución” y provocaron la renuncia del presidente y de la vicepresidenta.
Juan Pueblo no se duerme en sus laureles, pues siempre está ojo al Cristo.