Raúl Molina

En reunión reciente en Santiago de Chile, al analizar la situación de Guatemala se llegaba al consenso de que urge transformarla; pero la pregunta “¿por dónde se comienza?” surgió de inmediato. Después del extraordinario y exitoso movimiento para echar a Pérez y Baldetti, nos encontramos en la misma situación de Estado fallido que el Patriota profundizó y con poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial que son continuidad de lo mismo. Es claro que los sectores procambio necesitamos formación política y cívica para estar listos cuando el Estado termine de colapsar; pero educación y formación son procesos relativamente lentos. Muchos analistas consideran que la próxima crisis nos va a tomar nuevamente desprevenidos y sin capacidad de hacer una propuesta unificada. Algunos sectores volverán a actuar espontánea e ingenuamente y, a río revuelto, volverán a ser los tiburones –CACIF, Embajada, militares de alta y de baja y crimen organizado– los que se aprovechen.

Se señalan tres problemas esenciales en las filas de la ciudadanía honesta y bien intencionada. Uno, no hay una propuesta concreta de cambios ni la capacidad de formularla. Dos, no se le reconoce liderazgo nacional a ningún dirigente, mucho menos a los que están en la política. Y, tres, no existe organización sociopolítica que pueda hacerle frente a la situación de manera coherente. Admito la existencia de los problemas; pero sé, como ingeniero, que si bien las soluciones perfectas no existen, sí se pueden encontrar soluciones buenas. La propuesta no está concluida, porque no ha sido consensuada; pero sí existe la convicción de que hay que refundar o reformar el Estado con un nuevo Pacto Social y una nueva Constitución. No se comenzaría de cero, porque los Acuerdos de Paz se aceptan como norma mínima a ser implementada y a ser enriquecida y mejorada con nuevos enfoques para responder a los desafíos post-2000. Se considera que la nueva Constitución debe quedar fuera de las manos del Congreso actual, por lo que la modalidad debiese ser la elección de una Asamblea Constituyente. Liderazgo para el movimiento ciudadano no hay; pero se puede desarrollar. No vendrá de ningún partido político, porque los partidos han buscado “funcionar” dentro de lo existente y no reemplazar el sistema. Reconozcamos, no obstante, que cada uno de los movimientos sociopolíticos en el país han generado sus propios dirigentes. De actuar coordinados y con unidad pueden constituir un liderazgo colectivo con mucha mayor fuerza que cualquier “caudillo”. De esta suerte, más que buscar una sola organización que refleje a todas las entidades que proclaman el cambio, se debe intensificar la organización eficaz y eficiente de cada una de esas entidades, bajo el compromiso de buscar la unidad, el diálogo y la generación de iniciativas de cambio que gocen de amplios consensos. La tarea inmediata parece ser en dos direcciones: fortalecer cada movimiento, asociación o grupo que propugna el cambio; y crear espacios para que las entidades interesadas puedan dialogar y formular propuestas. El camino arranca con los análisis del Estado que estableceremos en el futuro.

Artículo anterior“El sistema penitenciario” (II)
Artículo siguienteQue la aspiración sea la honestidad