Gladys Monterroso
licgla@yahoo.es

“El poder de infección de la corrupción es más letal que el de las pestes”.
Augusto Roa Bastos

En Guatemala, como en otros países de cualquier continente, los casos de corrupción entre la clase política han sido alarmantes, no solamente por la cantidad de dinero, que el Estado ha dejado de percibir, sino que por el avorazamiento de que han hecho gala, cualquier tipo de políticos para hacer suyo lo que es del pueblo, ha sido no solamente alarmante, lo dramático es que ha ido en aumento, así como no ha importado de quien se trate, va desde lo más granado de la sociedad, hasta el más humilde mortal, lo que importa es tener la más mínima oportunidad.

Al leer las noticias a nivel mundial, asombra por, ejemplo, la cantidad de casos de corrupción que se están conociendo en España, Brasil, incluso, en la dirección del FMI existió ese señalamiento, pasando por el deporte (no los deportistas); demasiados personajes se han visto salpicados por los casos de corrupción, pero la clase política se lleva las palmas, no cabe duda.

Veamos, cuanto ha sido el deterioro moral, no solamente ya de los políticos tradicionales, también muchos de los “nuevos” y muchos de los “jóvenes” también, ¿qué los ha motivado?

Hay que reconocer que desde la supuesta era democrática, aunque no se debe generalizar, un altísimo porcentaje de funcionarios y funcionarias públicos, han llegado a los diferentes puestos del Estado, asumiendo que son clase aparte, con privilegios que solamente a ellos corresponde, y que esa nueva situación es de por vida, nada más alejado de la realidad, para el común de los mortales, pero una verdad absoluta para ellos.

Llegar a ejercer la función pública, es llegar a servir a la sociedad, a cambio de un salario moderado, hasta ahí todo parece normal, uno de los problemas que se afrontan es el siguiente: Cuando una persona llega a ejercer un cargo público le aparecen amigos parientes, novias, novios, hasta hijos, todos con un objetivo: una plaza, o dinero.

La persona, que de pronto se ve alabada por cualidades y aspecto, que no pensó que tendría, conforme se va adaptando a esa nueva vida, se la va creyendo, y los demás reconocen sus debilidades, por lo que saben aprovechar las mismas, llegando a un determinado momento que quien llegó a servir a la sociedad, comprende que es dueño o dueña de algo muy importante: poder, y con el poder llegan en cascada muchas cosas, susurros al oído, consejos de que una oportunidad hay en la vida, que el tiempo pasa, y sus debilidades se hacen evidentes.

Existe otro tipo de político, el que tiene dinero, pero no conoce el Poder Público, aunque sí el privado, pero, existe una gran diferencia entre el uno y el otro, el primero viene aderezado con un aura de infinito, parece no tener límites, el creerse que se es dueño de puestos y trabajos, le da al ser humano una sensación de “nobleza” como si de un soberano se tratase.

Con esa sensación de mando, un 90% de los seres humanos se creen para sí, la célebre frase de Luis XIV, cuando expresó: “El Estado soy yo”.

El problema para la población aumenta, cuando (y sucede más de lo que quisiéramos) el funcionario cree y asume que todo es de él, y que puede hacer lo que quiera, no lo que debe, principian por pequeños actos de corrupción, y poco a poco van aumentando, hasta llegar a convertirse en verdaderas cloacas, pozos sin fin, en el que el dinero del pueblo sale a manos llenas, tanto que: 1) Ya no saben en qué más gastar, y 2) Creen que nunca terminará.

La corrupción es una enfermedad social que se ha generalizado, más en la clase política, pero desafortunadamente no es la única, las clases sociales altas y medias también se han convertido en coparticipes de este padecimiento, que esperemos se pueda erradicar para que los niños no mueran de desnutrición, los enfermos tengan medicinas, y se cubran tantas necesidades, ya que ésta enfermedad social provoca otras materiales, que tienen solución.

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