Sandra Xinico Batz
sxinicobatz@gmail.com

“Nos recalcaba que cuando un adulto no quisiera o no pudiera responder nuestras preguntas, recurriéremos a los libros, que visitáramos cualquier biblioteca pública y allí encontraríamos a nuestros amigos de papel y tinta: los libros, quienes nunca nos responderían mal”. Este es un fragmento de un hermoso libro que tuve el placer de leer y digo hermoso porque me resulta fascinante la posibilidad de identificarse o conectarse con la realidad plasmada en la narrativa de alguien que se refleja en sus letras a partir de lo real y lo cotidiano. Es un esfuerzo artesanal como lo define su autor, el escritor Juan Sagüí, quien se presenta en éste mismo como: “escuelero, institutero y sancarlista”.

“Pidosco y las cigüeñas” es el nombre de la más reciente obra de Sagüí, quien de manera muy natural retrata la infancia y la curiosidad que inevitablemente brota de un ser humano (principalmente) cuando empieza a crecer y a descubrir la vida y lo lejano que se transforma esta etapa de la vida cuando de adultos parecemos no comprender esos pequeños mundos contenidos en las y los niños, que son pequeños porque tienen que crecer y desarrollarse no porque sean incapaces de pensar y decidir como muchas veces tratamos a los y las infantes y como desafortunadamente el sistema educativo persiste: represor, nada cuestionador y creativo sino monótono y repetitivo.

Es un libro que trae a mi mente la cantidad de miedos, mitos, mentiras y prejuicios que socialmente interponemos entre las y los niños y la realidad como creyendo que en base a la falsedad educamos en “inocencia” cuando lo que hacemos como sociedad es mutilar la capacidad de imaginación, crítica y autocrítica, reflexividad, consciencia de la realidad que desde la infancia deberíamos cultivar en nuestras personalidades y que la escuela debería facilitar a través de un proceso de orientación y creación.

Me hace imaginar también cómo seríamos socialmente si desde pequeñas y pequeños aprendiéramos o nos formáramos de una manera distinta, basada en la verdad, en el amor y respeto al otro, en la honestidad; donde prevalezca la ética y no los valores morales o religiosos que hasta ahora no nos permiten superar que la educación vaya más allá de la idea medieval de: “la letra con sangre entra”. Socialmente aún no hemos sido capaces de deshacer nudos como los tabús que claramente impactan en nuestro desarrollo humano, al punto de convertirnos irracionales ante lo natural, como el sexo, un tema ausente aún en las discusiones familiares y en las escuelas.

¿Y qué decir de los libros? Pequeñas cápsulas de tiempo que conectan realidades, sueños, fantasías; amigos de papel (como los describe Sagüí en “Pidosco y las cigüeñas”) que ojalá pudieran llenar nuestro país, nuestros pueblos de ideas y esperanzas. Que seamos capaces de cautivarnos por estas fuentes de información y por qué no también, el de crearlos; que su abastecimiento sea un principio del Estado y el sistema educativo haga real el tan desgastado dicho “la lectura es un hábito”, porque hasta ahora es inhabitual.

Artículo anteriorEnergía para cambiar
Artículo siguienteDevolver el dinero y salir; ¿Baldetti también?