Alfonso Mata
No es un problema, son varios los que afectan al pueblo de Guatemala. Vivimos en un mundo en que hay tanto que criticar por lo que resulta difícil poner a la gente de acuerdo. Cólera, inconformidad, indignación se ven por todos lados y las promesas, base de la esperanza, no se hacen más que incumplirlas o el cumplimiento de algunas de ellas, a lo que lleva, es al latrocinio, lo que motiva la pérdida de la fe. Somos un pueblo sin fe.
Promesas que llevan a la igualdad, ¡negativo! ¡no existen! Todas las brechas, según censos, según estudios, en nuestra sociedad, son mayores cada día y eso, no sólo en nuestra tierra y no nos confundamos ni equivoquemos, pese a ese estado de cosas, los países pobres, hemos contribuido a la riqueza de los ricos; basta con ver los datos de producción y productividad mundiales y de manejo de materias primas, para comprobarlo.
Promesas sobre el cumplimiento de los derechos humanos. Busque los datos de las series históricas del PNUD sobre Guatemala y se convencerá de toda una serie de violaciones a pesar de que nos decimos un país que goza de libertad y democracia.
Promesas de paz, hay violencia en todas partes y en todos los estratos: policial, carcelario, escolar, infantil, del hogar. Discriminaciones, abusos, drogadicción, se mueve en todos los rincones y mueren por causas prevenibles quién sabe cuántos.
Y hasta en la promesa a la naturaleza hemos fallado. La defendemos en los foros y convenios, pero en nuestro hacer diario, la saqueamos y destruimos, creando desertificación y falta de agua por doquier.
Es ya hora que nos detengamos a interrogarnos en el hogar, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, en los foros políticos y analicemos críticamente sobre la naturaleza y la calidad moral no sólo de nuestros políticos sino de nuestra sociedad y nosotros mismos (no es acaso de donde salen los políticos) con el fin de buscar alternativas a esas respuestas que, no cabe duda, deben encaminarse a romper ese dualismo entre lo que conocemos y lo que hacemos, que viene a ser irracionalidad, que nos hace buscar lo bueno, lo útil, lo apropiado y valioso para nosotros, olvidándonos del “otro”. Ese desdoblamiento de múltiples orientaciones teóricas y prácticas, es lo que nos tiene “de rodillas” y en enfrentamiento de clases y conflictos: dominación, explotación, alienación, racismo, sexismo, todos ellos conceptos manejados y elaborados dentro de un contexto social “a conveniencia” y, lo más triste, es que los medios de comunicación, los foros, conferencias, las charlas con amigos, todos se centran en el análisis, en la búsqueda de lo que existe y no en alternativas para su rompimiento. Terminamos haciendo juicios quejumbrosos y al final lanzamos una pregunta o nos la lanzan ¿de qué lado estamos? Pregunta que a la mayoría deja sin respuesta. La juventud en esto ve con angustia la dificultad cada vez mayor de identificar posiciones; alternativas al respecto de con cuál comprometerse. El viejo es incrédulo, se conforma, calificando todo de imposible y de así ha sido siempre.
Creo que hay algo que flota en el ambiente; a lo mejor todas esas condiciones y situaciones planteadas ya no interesan pues “la nota” actualmente es ya no interesarse por “la totalidad” sino de “mi yo” ahora y en este momento, fuera del contexto político y social, en donde la única lucha creíble, es lo que yo pueda conseguir “para mí” el orden sobre el caos, sencillamente no nos interesa. Actitudes y actos que buscan y tienen su sede en sentimientos y emociones, son las únicas promesas que están a mano en un hoy y un ahorita. No nos importa la emancipación; la normativa la toleramos aunque la rompamos, creando un régimen de verdad, que cada día se acerca más y más a la anarquía, impregnando a la sociedad de opacidades y silencios luego de las tempestades y destapes de los que se extralimitan, sin que eso signifique mayor credibilidad sino… simplemente promesas en medio de una opresión consentida e interiorizada de una gran mayoría, dejando a un lado la gran aventura de conocer otras formas y adoptarlas y hacerlas crecer, dentro de un principio de transformación social. De todo esto, sencillamente no existe conciencia.