Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

Las reglas de Guatemala no han cambiado, pero sí vamos en un proceso diferente a lo vivido en nuestra historia y es que nunca antes tanta gente había tenido que enfrentar a la justicia por delitos de cuello blanco. Claro está que aún faltan muchos, muchísimos, pero como dijo Iván Velásquez, no solo se trata de lo que sabemos sino de lo que podemos probar.

De todo hay en la viña del Señor y lo mismo pasa con los acusados por estos actos; hay gente a la que una parte de la sociedad cataloga como “shumos” con los que no se tiene tanta compasión y hay otros más copetudos, de la alta sociedad, a los que mucha gente busca defender o justificar, aunque precisamente para eso está la justicia, es decir, para determinar responsabilidades y participaciones en hechos delictivos.

Pero todos los sindicados en los casos de la CICIG y el MP, tienen un común denominador y es el tema del dinero, ese deseo de amasar más fortuna, de tener acceso a las altas esferas de poder y así tener la influencia necesaria para arreglar las cosas en un país en el que los negocios son como la Teletón, donde “juntos todo es posible”.

Douglas Charchal pasó a la historia de este país cuando dijo que a causa de las investigaciones a las que fue sometido, sus hijos han sufrido de “bullying”, pero la verdad es que quien no pensó en sus hijos fue él cuando se prestó para andar de arriba para abajo en movidas chuecas tratando de jugarle la vuelta a la ley, vueltas que ahora lo tienen bajo investigación.

Y ese es el mismo caso de aquellos que, motivados por el famoso “pero si así se han hecho siempre las cosas”, por la frase de que “si no soy yo, alguien más lo va a hacer y va a obtener beneficios”, hoy están pasando el Niágara en bicicleta y con sus familias bien fregadas.

Por esa ansia de dinero, de poder y de influencias es que la Guatemala que hemos construido desde siempre ha sido una que privilegia la obtención de dinero sin importar las formas; el ostentar poder para ser usado de manera perversa y el tráfico de influencias para satisfacer intereses personales.

Eso se ha traducido que seamos un país con unos indicadores de desarrollo humano que son para ponernos a llorar (aunque convivamos con ellos creyéndonos un país de primer mundo), que tengamos más del 60% de gente pobre y que nuestro principal producto de exportación sea la misma gente a la que por ese pacto perverso entre políticos y financistas, se le han negado las oportunidades de forma deliberada.

Cuánto le he pedido a Dios que los vicios y los extremos nunca me hagan estar en una posición en la que mi familia me mire por los medios y a través de unas rejas.

Y es que este sistema tiene que cambiar para darle paso a que todos aquellos que optan por jugar bajo el tenor de las reglas no partan con una desventaja respecto a aquellos que por dinero, poder e influencias están dispuestos a “jugar de manera diferente”. Tal y como está el sistema diseñado, quien se guíe por las reglas tiene un hándicap y así no podremos construir una Guatemala que se desarrolle en el marco de la legalidad.

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