Luis Enrique Pérez

Discursos de algunos políticos me provocan la impresión de que ellos creen que hay que inventar un sistema económico. Recuerdo, por ejemplo, que una vez un político propuso crear un sistema económico en el cual un procurador del consumidor le asignaría a cada bien económico, un precio justo. Me fue inevitable imaginar a ese procurador en el acto por el cual examinaba, con imperturbable rigor analítico, un fragante manojo de rábanos y le asignaba un precio justo.

Discursos de algunos políticos también me provocan la impresión de que ellos creen que la economía tiene que estar sujeta, no a sus propias leyes, sino a leyes que son decretos legislativos. Los políticos, por ejemplo, decretan leyes para aumentar los salarios, o para reducir el precio de los bienes y servicios. ¿Por qué no decretan una ley para incrementar en mil por ciento los salarios? ¿Por qué no decretan una ley para reducir en quinientos por ciento el precio de los alimentos?

La ciencia se ocupa, no de lo que debe ser, sino de lo que es. Por esto mismo, no compete a la ciencia enunciar normas acerca de cómo deben ser o no ser las cosas. La física, por ejemplo, no enuncia normas acerca de cuál debe ser la intensidad de la fuerza de atracción entre los cuerpos, según su masa y su distancia. La ciencia económica, como la física, se ocupan de lo que es. Cualquier ser humano puede tener su propia concepción acerca de lo que la economía debe ser. Empero, tal concepción no puede ser ciencia económica. Permítaseme denominarle “ideología económica”.

La ideología económica intenta inventar sistemas económicos. Y puede inventar los más diversos y fantásticos sistemas económicos. Por ejemplo, puede inventar un sistema económico en el que cada quien produzca bienes según su capacidad, y se asignen bienes a cada quien según sus necesidades. En ese caso, por supuesto, también habría que inventar seres humanos que estén dispuestos a pagar el costo de satisfacer las necesidades ajenas, porque, por ejemplo, si un plomero necesita una mansión, pero con su trabajo no genera riqueza suficiente para adquirirla, alguien tiene que pagar el costo de esa mansión. ¿O en un sistema tan sublime el plomero no podría necesitar una mansión, sino solo la casa que el Estado, por medio de la autoridad gubernamental, permite que sea necesaria?

La ciencia económica descubre que el ser de la economía consiste en el mercado, el cual surge de la libre acción humana. Es decir, si el Estado, por medio de la autoridad gubernamental, no impone un sistema que pretende ser económico, surge el mercado, y ningún otro sistema económico. Es decir, cualquier otro sistema que pretenda ser económico, tiene que ser impuesto. El mercado ha generado cada vez más recursos para eliminar la pobreza. También ha generado cada vez más recursos para auxiliar a los pobres; y actualmente, con una medicina que ha sido producto del mercado, y no producto de las invenciones ideológicas de la economía, el más pobre de los seres humanos puede ser curado de una grave enfermedad, de la que no podía ser curado ni el más rico de los antiguos reyes.

El mercado no supone un ser humano ideal, sino real, que generalmente es egoísta, ambicioso, especulador o acaparador. Empero, el mercado, en el supuesto de que el Estado, por medio de la autoridad gubernamental, no introduce distorsiones en él, obliga al ser humano real a actuar como si fuera un benefactor de su prójimo. Quien, por ejemplo, produce alimentos para lograr fines egoístas de lucro, contribuye a conservar la vida de su prójimo, aunque lo deteste; y quien demande esos alimentos porque han demostrado ser nutritivos, quizá no esté interesado en saber que quien los ha producido es o no es un egoísta, como si demandar esos alimentos dependiera de que quien los produce tenga o no tenga una sublime finalidad moral, o tenga o no tenga una miserable finalidad lucrativa.

Post scriptum. El mercado no es un producto ideológico. Es producto de ejercer un derecho primordial del ser humano: la libertad.

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