Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Algunos de los detenidos por el caso de cooptación del Estado hicieron ver a los medios de comunicación que están viviendo en carpas y condiciones impropias, hecho que inmediatamente fue difundido con los consiguientes llamados para que se deje en libertad a quienes son víctimas de ese “atropello” a su dignidad. El hacinamiento de las cárceles es un viejo problema que hemos sabido todos los guatemaltecos y en el que nadie repara hasta que no le toca sufrir sus consecuencias, pero lo más importante es decir que si todos los corruptos y saqueadores del Estado hubieran caído, no alcanzaría ni la instalación completa del Mariscal Zavala, incluyendo las cuadras para tropa, para albergarlos porque son muchos los que han robado y corrompido y apenas está empezando la lucha contra ese flagelo que tiene empobrecido al país.

Quiero referirme a dos efectos concretos de la corrupción que son el abandono de los hospitales y la ausencia total de oportunidades que obliga a los guatemaltecos a emigrar en busca de ingresos que les permitan una vida menos indigna. Los hospitales no atienden a la gente y los pacientes se mueren por falta de insumos debido a que el sector de salud ha sido parte de ese negocio entre financistas y políticos para exprimir hasta el último centavo de los recursos que en vez de ir a donde corresponden, terminan en los bolsillos de los Gustavo Alejos y compañía que han sido, durante décadas, los beneficiarios exclusivos del presupuesto del Estado que se destina a la atención médica de los guatemaltecos.

Miles de compatriotas emigran cada semana a los Estados Unidos, donde tienen que realizar los trabajos que los norteamericanos consideran menos dignos, para enviar mensualmente sus remesas que son el motor de nuestra economía y lo que mantiene al país funcionando. Ellos se van porque viven en un país donde el Estado, llamado a promover el bien común, fue cooptado por políticos y financistas que se pusieron de acuerdo para repartirse todos los recursos disponibles, sin pensar nunca en la gente, y de esa cuenta las oportunidades no existen. Ni siquiera la oportunidad de educarse, porque parte de la cooptación del Estado está también en esos vicios de sindicatos que hacen alianza con los políticos para obtener beneficios a cambio de nada, es decir, sin que mejore la calidad de los servicios, como ocurre con la educación en el país.

Claro que hay hacinamiento en las cárceles y ahora amerita portadas y editoriales porque los presos son personas muy importantes, VIP por sus siglas en inglés, aunque el fenómeno es antiguo y no ha conmovido a la sociedad porque los presos históricamente han sido parte del lumpen social. Cuando se voltea la tortilla y caen los de cuello blanco, ese hacinamiento se vuelve odioso, indigno y tan inaceptable como para elevar un clamor para que dejen en sus casas a los acusados mientras dure la diligencia del proceso, aunque desde sus casas puedan confabularse para destruir evidencias de la corruptela.

¿Queremos un país decente y dispuesto a acabar la corrupción? A veces luce como si queremos que metan al bote a los shumos que roban, pero que no molesten a los que lo hacen y se llaman a sí mismos “gente decente”.

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