María José Cabrera Cifuentes
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Desde que se promulgó la Ley Contra el Femicidio y Otras Formas de Violencia Contra Las Mujeres, me manifesté en contra de su existencia por percibirla como discriminatoria desde su propia naturaleza. En ella, se magnifica el valor de la vida de las mujeres mientras que a la de los hombres pareciera restársele importancia.
La semana pasada, la diputada Patricia Sandoval presentó un proyecto de reformas a la Ley en mención que buscaría un tratamiento más justo e igualitario. Entre las reformas que los medios de comunicación hicieron públicas, se encuentra la penalización a las mujeres que no hagan uso correcto de dicha ley y la libertad provisional a los hombres que sean denunciados por primera vez en materia de delitos relacionados a la violencia contra la mujer.
En la última época he visto de cerca casos como los que la Ley Contra el Femicidio pretende prevenir y penalizar y, es verdad, un gran número de mujeres sufren a manos de hombres vejámenes de todo tipo, desde abuso psicológico, hasta maltrato físico y sexual. No obstante, he sido también testigo de abusos del mismo tipo que se dan sobre hombres, estos últimos invisibilizados ante la ley guatemalteca.
Al contrario de la mayoría de opiniones generadas alrededor de este asunto, considero que sí es necesaria una reforma consciente a la Ley Contra el Femicidio, pues muchas mujeres se han valido de esta como arma para llevar a cabo venganzas y actos que no responden a la justicia sino a la exaltación del propio ego. Esta ley ha permitido a muchas féminas salirse con la suya e incriminar a personas inocentes.
Víctimas de la “discriminación positiva” son también muchos padres responsables que son alejados de sus hijos por el simple hecho de que el Sistema de Justicia Guatemalteco da prioridad a las madres, sin importar muchas veces el contexto y las condiciones. Y es que, siendo honestos, en Guatemala la ley da todas las ventajas a las mujeres, y no toma en cuenta, los casos, quizá los menos, pero no por ello menos importantes, de los hombres que son también víctimas de cualquier tipo de violencia, recordando que está no se da únicamente con golpes y puñetazos.
La violencia intrafamiliar es una situación que llora sangre, sin importar quién lo sufra es una realidad que debe ser atendida sin distinciones, con la severidad meritoria, pero eso sí, con las pruebas necesarias para calificarla como tal.
Si bien es cierto, en años recientes me he vuelto más consciente de la realidad de opresión que viven muchas mujeres guatemaltecas, mi pensamiento siempre tenderá hacia la igualdad y la justicia. La violencia es una realidad a la que debe ponérsele un alto, desgraciadamente está tan intrínseca en nuestra sociedad que muchas veces deja de percibirse como tal, o si es conferida en contra de un hombre a manos de una mujer, ni siquiera se toma en cuenta, muchas veces por vergüenza.
El valor del ser humano radica en su esencia misma, en su humanidad, no en su género. La violencia, el acoso, el odio a uno de los géneros, la opresión, el abuso, son factores igualmente negativos en cada uno de los casos existentes, no importando la frecuencia con la que suceda en una modalidad o en otra. Es necesario hacer un alto y replantearnos la existencia de la discriminación positiva lo cuál a mi criterio es una de las más grandes contradicciones. El uso responsable de las leyes, en específico de la referida en este artículo, y su aplicación justa, es la única garantía para alcanzar la igualdad e imparcialidad que se supone, son la motivación de la misma.