Adolfo Mazariegos

Desde mis primeros años como estudiante de Ciencia Política en la Universidad de San Carlos de Guatemala, he sentido especial atracción por el tema de la democracia. Desde entonces, asimismo, he sostenido que a mi juicio, lo que hoy día aceptamos como democracia en América Latina (quizás demasiado ambicioso sea pretender por ahora que en todo el mundo, o al menos en la mayor parte de este), de acuerdo a las corrientes de pensamiento que históricamente nos han llegado a esta parte del globo ya digeridas desde otras latitudes, no es tal. Es decir, la democracia no ha llegado a existir realmente como hemos creído o como hemos aceptado. Esa relación contractual como forma de organización social basada en el poder del pueblo, ejercido por el pueblo y para el pueblo al que hace referencia el concepto que en la actualidad (casi) de forma generalizada se ha adoptado, no ha llegado a concretarse como indica la teoría que debiera suceder. Y dudo mucho, sinceramente, que algún día llegue a convertirse en una verdad comprobable en la realidad más que en el papel. La democracia, tal y como la ha vivido el continente latinoamericano, y tal como la seguimos viviendo hoy día, no ha sido más que un mecanismo mediante el cual, en determinados momentos de la vida política de un Estado, se le “permite” a un conglomerado social “elegir” gobernantes y delegar esa porción de “soberanía” que a cada individuo le corresponde como parte integral de uno de los elementos fundamentales de ese Estado. Por supuesto, no faltará quien diga que hacer semejante aseveración es absurdo, dado que el término democracia encierra en sí mismo mucho más que una o dos ideas llevadas a la práctica con mayor o menor éxito según haya sido el caso. Asimismo, cualquiera que estuviera en desacuerdo, podría refutar esta idea poniendo sobre la mesa un variopinto abanico de términos ligados al término matriz (por llamar de alguna manera al término democracia como punto de partida), pasando desde la democracia representativa, la democracia directa, la democracia participativa, la democracia liberal, la social democracia, etc., hasta llagar inclusive a lo que hoy día ha dado en llamarse la democracia líquida, debido a las nuevas tendencias en el uso de tecnología para la toma de ciertas decisiones. Eso es lo que hemos tenido desde hace mucho, mucho tiempo, y es a lo que obviamente hemos estado acostumbrados. No obstante, los nuevos cuestionamientos son importantes, y las discrepancias teóricas resultan enriquecedoras sobremanera, sobre todo en esta parte de la historia en donde la composición del mundo, lo hayamos percibido o no, ha empezado a cambiar nuevamente y de forma acelerada, constituyéndose, sin lugar a dudas, en una etapa económica, social y por consiguiente política, en la que América Latina, contrario a etapas anteriores, tendrá que jugar un papel distinto al que ha jugado históricamente desde hace siglos. […]

Artículo anteriorPerú: Execonomista de Banco Mundial lidera elección
Artículo siguienteMás allá del sacrificio incruento