Javier Monterroso

Desde hace más de un año la CICIG y el MP han asestado fuertes golpes al sistema tradicional de hacer política, el resultado es que los dos partidos políticos que dominaron el gobierno y el Congreso durante el período 2011-2014 desaparecieron del mapa, que el candidato que seguro iba a ganar las elecciones no solamente ni siquiera llegó a segunda vuelta sino que desapareció de la escena política y se encuentra refugiado en Nicaragua y que por primera vez en la historia un Presidente en funciones es encarcelado siguiendo el debido proceso legal. Desde hace un año se está llevando a cabo una depuración de la clase política, y esto apenas empieza porque al parecer vienen otros casos similares.

Pero no es suficiente con depurar y los casos judiciales no pueden ser el motor de una sociedad, hace falta transformar las instituciones, hacer eficientes los servicios públicos, modernizar el Estado, acompañar los esfuerzos judiciales con políticas de Estado y eso solo se puede hacer desde el gobierno y el Congreso.

Sin embargo no se ve por ningún lado a esa “nueva clase política” que va a sustituir a la política tradicional, no se ve un grupo político, movimiento ni mucho menos un partido capaz de abanderar la lucha contra la corrupción, generar una nueva forma de hacer política y avanzar los cambios estructurales que el Estado necesita, aunque hay que reconocer que la UNE ha tenido acciones interesantes en el Congreso no representa una novedad en el escenario político, de hecho varios de sus legisladores se encuentran acusados de corrupción y quien fuera su principal financista de campaña por muchos años también se encuentra preso, definitivamente no son la nueva política.

Tampoco FCN puede tomar la bandera de la nueva política, pues en el afán de luchar contra la hegemonía de la UNE se llenó de transfuguismo y prácticas clientelistas tradicionales con lo que perdió la legitimidad para plantearse como un cambio. Los otros partidos representados en el Congreso tampoco parecen una opción real pues todos ellos sin excepción padecen de pesadas cargas de la política tradicional: caudillismo, nepotismo, poca transparencia de recursos, etc.

Tampoco los movimientos sociales y grupos políticos que aparecen en el escenario mediático parecen tener la fuerza política para liderar la transformación del Estado, algunos no tienen vocación de poder, otros son tan radicales que alejan cualquier posibilidad de convertirse en opción política y la mayoría no tiene la suficiente capacidad organizativa para constituirse formalmente en partido político y menos aún para ganar una elección.

En conclusión, Guatemala vive un momento clave de su historia, pero no existe una fuerza política o social que se presente como una opción viable preparada para tomar la batuta de la transformación, lamentablemente hay oportunidades que solo se presentan una vez en la vida y esta puede ser una de ellas. Urge una opción política diferente.

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