Lucrecia de Palomo

Mañana, 3 de junio, se cumple un año del asesinato de Pancho. Un tiempo nebuloso para toda mi familia, de grandes dud as, inquietudes, sentimientos de tristeza, miedo, dolor, incertidumbre, pero sobre todo de amor y agradecimiento. Pancho nos enseñó que la vida es para vivirse. Cuando pensábamos como familia en su epitafio, mi hija menor propuso “maestro de la vida”; así se esculpió, pues realmente expresa lo que él fue. Él nos enseñó que la vida es para amar y ser amado y eso hace que tenga sentido.

Creyente de Dios y por tanto temeroso de Él, sabedor de su misericordia y de la alma pecadora de los mortales, hicimos un trato él y yo, hace muchos años cuando hablábamos sobre el purgatorio: quien muera primero dará al otro un año de misas, para lograr rápido el pasaporte al cielo. Yo lo cumplí. Mañana termina ese tiempo y sus misas diarias. Por ello quiero agradecer al sacerdote y al grupo de personas, que todos los días participan de la Santa Misa y que pidieron por su alma. Sé que es el mejor regalo de su primer cumpleaños.

¡En este año he aprendido tanto! El amor por él, el amor por mis hijos, el amor de mis hijos y nietos para con sus padres. Cuánto amor sembró Pancho en su vida. Confirmé la vida eterna; hoy sé que existe y que solo es cuestión de tiempo para volver a compartir, reír, tomarnos de la mano. Él se adelantó, pero gracias a su nacimiento a la vida eterna, la familia vive apegada a Dios.

Dentro de mis aprendizajes está la fortaleza y la fuerza de la Eucaristía. Dios se hace presente en ese pedazo de pan para que nosotros podamos gozar de Él. Cuando el sacerdote en la Misa transforma el pan y el vino, también él se transforma, deja de ser el hombre para convertirse en Jesús, esa es la gran fuerza del sacerdocio que generalmente pasamos desapercibidos quienes asistirnos a la Cena del Señor. El haber asistido durante 360 días a la Eucaristía, por un compromiso de amor, me enseñó que Dios quiso quedarse con nosotros porque sabe lo desmemoriado que somos, porque a pesar de ofrecerse Él, para nuestro bien, tenemos tanto que hacer durante el día que somos incapaces de buscarlo. Él está allí para ayudarnos, para mostrarnos su gran amor y poder así nosotros transmitirlo a los demás.

Ha sido un año muy difícil, la gran presencia de Pancho que todo lo llenaba, ese hombre que sabía reír, silbar, disfrutar de la vida y hacer que todos los que estaban a su alrededor lo hicieran, está hoy más gozoso que nunca. Aunque no lo vemos, sigue aquí y allá. Tiene la dicha de gozar de Dios, de nosotros y además goza de su mamá, doña Cony, a quien tanto tiempo añoró desde que ella partió al destino final. En la eternidad no hay tiempo, por ello no sé cuánto estaremos separados, mi corta visión de la inmensidad de Dios me impide ver más allá de un reloj, de un calendario, pero sí tengo el convencimiento que, así como a Pancho se lo llevó María en sus brazos al cielo –porque lo vi el día de su asesinato– ella y mi amado, vendrán por mí, cuando Dios lo decida.

Pancho nació a la vida eterna hace un año, no porque Dios así lo quiso (aunque lo permitió), sino porque hombres que no tienen idea del Creador, decidieron por Él. Los perdono, creo que no saben lo que hicieron, pues arriesgarse por dinero a perder la vida eterna les puede costar muy caro. Aquí estamos de paso, es un pestañar de ojos, allá, donde Pancho goza hoy, es para siempre. Por eso Amor, por ahora, con la Eucaristía diaria, puedo seguir caminando sin verte físicamente, sé que estás conmigo en el Corazón de Jesús. Te amo.

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