Claudia Escobar. PhD.
claudia_escobar@radcliffe.harvard.edu

Recientemente tuve la oportunidad de participar en Washington de la celebración del 25 aniversario de la Asociación Internacional de Juezas – IAWJ– (Por sus siglas en Inglés). Esta organización ha sido un referente para las juzgadoras de todo el mundo que buscan a través de su trabajo promover un verdadero Estado de Derecho.

En dicha actividad, en la que participaron un millar de funcionarias judiciales, provenientes de 88 países del mundo, se analizó la problemática que enfrenta la justicia en las distintas regiones del planeta y se compartieron sueños porque la justicia sea un instrumento de paz y libertad para los pueblos. Los datos demuestran que aquellos países en los que hay más mujeres involucradas en la justicia y en cargos de responsabilidad, son menos violentos y sus ciudadanos gozan de mejor calidad de vida.

Escuchar el relato pausado en la suave y fina voz de la polémica Ruth Blader Grinsburg, reconocida por promover la igualdad de género y por su capacidad de conciliar casos paradigmáticos, fue sumamente refrescante. Con entusiasmo nos recibió en el “National Museum of Women in the Arts”, del cual es fundadora y nos invitó a reflexionar sobre las palabras de Sussan B. Anthony, dichas un siglo atrás: “Olvida los convencionalismos; olvida lo que el mundo piensa de ti por salirte de tu lugar; piensa tus mejores pensamientos, habla tus mejores palabras, trabaja tu mejor obra, busca solo en tu conciencia aprobación.”

Presenciar el foro de magistradas de la Corte Suprema, representantes de cinco continentes, entre mujeres de la talla de Teresita Leonardo de Castro, Sonia Sotomayor, Brenda Hale, Irane Mambilima y Elena Highton de Nolasco, nos transmite esperanza de que los retos de la justicia pueden ser superados cuando las cortes están integradas por mujeres valientes y comprometidas con su labor. Ellas nos recuerdan que “Sin mujeres en la justicia, no hay justicia”.

Compartir con juezas de otros países, como las chilenas, las taiwanesas y las estadounidenses, que han logrado acompañar a su nación por el camino del desarrollo, pero que siguen enfrentando desafíos en la construcción de un mundo más humano, me anima a seguir trabajando por la justicia de mi país.

La pasión que contagian estas mujeres por su trabajo me hace recordar a las primeras mujeres juristas guatemaltecas, entre ellas mi madre, que nos amamantaron amor por su patria, principios éticos y valor para defender nuestros derechos. Estas mujeres abrieron la brecha para que hoy muchas otras podamos ejercer nuestra profesión. Han sido además ejemplo de honestidad y ecuanimidad; sus resoluciones han sido catalizadoras de cambios sociales.

Pienso también en las juezas de carrera de Guatemala, juezas admirables, que ante casos paradigmáticos, con sabiduría se han atrevido a dictar sentencias en contra de personas poderosas o del crimen organizado, aun a sabiendas que con esto están condenadas al ostracismo.

Quisiera creer que las cuatro magistradas de la Corte Suprema de Justicia de Guatemala, que asistieron al evento de la IAWJ (Patricia Valdez, Delia Dávila, Silvia García y Vitalina Orellana), las que accedieron al poder por medio de un proceso viciado de elección de cortes, serán como la flor de loto que crece en los pantanos. Ojala encuentren la sabiduría necesaria para tomar el liderazgo en la administración del sistema judicial y logren recuperar la confianza en la justicia en momentos en que nuestro país necesita de mujeres decididas a poner un alto a la corrupción.

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