Sandra Xinico Batz

Las prácticas discriminatorias constantemente son naturalizadas a través de “justificaciones” que socialmente vamos aceptando para reproducir la desigualdad, y la vez creer que no lo hacemos porque aparentemente esa no es la intención (primaria) sino que a través del humor, por ejemplo, nos “burlamos” de esas cosas que socialmente no logramos resolver y nos “reímos” de nuestras desgracias, ¿o sea que a través de la discriminación (discriminando) intentamos burlarnos de la discriminación misma?

Discriminar, pero provocar una risa ¿es justificable? ¿Es sólo una broma? ¿No es en serio, es un chiste? ¿Le causaría la misma gracia, si el motivo u objetivo de una broma es burlarse de su cultura, de su género, de su situación económica? ¿Nos causaría la misma gracia si en los “chistes” racistas, machistas u homofóbicos la burla hiciera referencia a nosotros y que, además, debemos dejar pasar porque no es real, es una broma?

¿Cuánta comedia en este país consumimos como demandantes que buscan satisfacer su necesidad de burlarse del otro, al que cultural, económica y socialmente consideramos inferior y por ende adecuados para reírnos de ellos, para estereotiparlos, para carcajearnos de sus acentos, de sus vestimentas, por su pobreza, por sus gustos, por ser diferentes?

Pensar que el humor es “inocente”, en nada “mal intencionado”, es mentirse a uno mismo y como sociedad, ya que es obvio que la burla del humor racista por ejemplo, es hacia la cultura, en este caso, de los pueblos mayas, es el indígena como objeto, de quien podemos burlarnos, pero no somos racistas porque esto solo existe en el humor.

Comentarios como: “lo toman muy en serio”, “no es real es broma”, “es chistoso”; siguen escudando las intolerancias que socialmente se reproducen día a día. Preferimos burlarnos que resolver nuestros problemas porque para ello tendríamos que develar que somos una sociedad racista, homofóbica, clasista, machista y que la solución no es precisamente reírse de ello, sino solucionarlo y cambiar nuestras prácticas.

El costo de seguir justificando el humor discriminatorio es la denigración de las personas y la solidificación de la desigualdad, la imposibilidad de la cohesión y respeto entre pueblos y culturas diferentes. Es creer que lo serio no es serio, pero existe y el humor es sólo un mecanismo para expresarlo sin que me consideren discriminador aunque si lo sea. Es como creerse menos racista por apreciar la “belleza indígena” en una película, pero en la cotidianidad de la vida real se les aborrece por considerarnos atrasados y subdesarrollados.

Seguramente alguna vez me he reído o he cedido al humor discriminatorio sin saber que lo estaba siendo incluso, como cuando de más joven no entendía que la base de un chiste sobre gallegos por ejemplo, era el racismo, en otro contexto y país, pero al final racismo y que continuar riéndome como efecto de uno de estos chistes sería solapar la discriminación. ¿Qué más necesita saber que, para nosotras las personas cuyo género, cultura, preferencia sexual son el objeto del humor discriminatorio, esto no es humor, es discriminación?

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