Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Hoy se cumple un aniversario más del llamado Serranazo que se plasmó en la disolución de las Cortes, del Congreso de la República y la orden para capturar al Procurador de los Derechos Humanos, además de enviar censores a los medios de comunicación para controlar las noticias, hecho que fue aceptado por algunos y rechazados tajantemente por nosotros, por lo que se nos impuso un cerco policial para impedir la circulación de La Hora.

Se había llegado a niveles intolerables de corrupción y tanto los diputados como los magistrados hacían micos y pericos para enriquecerse, extorsionando no sólo al Ejecutivo, sino que también a particulares que recibían proyectos de ley que eran una auténtica forma de extorsión de cuello blanco porque se les advertía que de no pagarle a los diputados, recibirían la aprobación de leyes que afectarían sus intereses.

La corrupción en las Cortes y en el Congreso era indiscutible y el pueblo estaba hasta la coronilla del resultado que había tenido la cacareada apertura política y democratización del país. Pero el menos llamado a enfrentar a los corruptos era precisamente Jorge Serrano porque entonces lo que se planteó fue un pleito por el botín, una confrontación cuya finalidad no era componer las cosas, sino eliminar a algunos competidores en esa tarea ingrata de saquear a Guatemala y exprimirle sus recursos.

Siempre he pensado que si Jorge Serrano hubiera sido un presidente honesto, con actuaciones ejemplares de transparencia y de compromiso con el país, seguramente que hubiera logrado sin mayor problema repetir lo que ya había hecho Fujimori en Perú en medio del aplauso de la ciudadanía de ese país donde los desmanes de los políticos cansaron a la población que, de manera irreflexiva, pensó que el manotazo sería solución sin entender que la misma dependía más de su propia participación. El resultado en Perú fue el surgimiento de una dictadura con poder absoluto que, como se vio después, cayó en la corrupción también absoluta.

En otras palabras, las depuraciones políticas únicamente pueden lograrse cuando es el pueblo el que se involucra y, sobre todo, cuando hay liderazgos honestos y transparentes al servicio del país, pero jamás cuando se plantea como una lucha por intereses espurios en la que se confrontan mañosos de uno y otro lado que lo que buscan es quedarse con el negocio de la corrupción. La historia muestra muchos ejemplos de transformaciones profundas ocurridas en distintos países a partir de acciones de depuración que a veces han sido radicales, pero su éxito está centrado en la motivación de los cambios y el nivel de participación de los sectores más comprometidos con los intereses nacionales.

Por ello es que digo que a Serrano le faltó el elemento esencial para convertirse en transformador del país para acabar con la política envilecida que ya asomaba en el Congreso y la justicia podrida y vendida que ya había en los tribunales. Ese elemento era la necesaria autoridad moral para señalar con el dedo los hechos criminales, cosa que no se podía hacer mientras el mismo presidente era parte del juego del enriquecimiento con los recursos públicos.

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