Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt

En medio de la desesperada búsqueda de dos amigas para conseguir una casa, recientemente conocimos un edificio de apartamentos en la zona 2 capitalina, donde se ofrecen en alquiler viviendas pequeñas pero acogedoras y a precios asequibles. Podría decirse que son una ganga para personas de clase media que quieren vivir en un área céntrica y segura, y con las comodidades de la vida citadina, incluyendo, por supuesto, las facilidades para contar con el “servicio doméstico”.

El arrendador nos mostró el apartamento, aclarando que la buena iluminación y ventilación hacían del espacio un lugar agradable y cómodo para vivir, pero también hizo énfasis en que el pago de la renta mensual incluye la disponibilidad de un “cuarto de servicio”, ubicado en la azotea del edificio, para la “muchacha”, es decir, la persona que se dedicaría a hacer la limpieza.

La curiosidad me hizo subir las gradas para conocer el cuarto, ya que para entonces tenía claro que no rentaría el apartamento para mí. En la parte superior del edificio, lejos de una habitación digna para la vida de un ser humano, encontré una especie de caverna oscura, húmeda y sucia, rodeada de una malla y una alambrada, en un ambiente que parecía un reducto y no un área habitable.

No logré detectar si en uno de esos cuartos de servicio habitaban personas, pero comprendí que para el propietario del inmueble las trabajadoras del hogar no son merecedoras de condiciones de vida dignas. “Aquí puede vivir bien la persona que le va a colaborar con la limpieza, si es que considera tener una”, dijo el arrendador.

Si hay un sector de la sociedad que ilustra la precariedad laboral urbana en su justa dimensión es el de las trabajadoras del hogar, también conocidas como domésticas o en los peores casos “sirvientas”, “mucamas” o “muchachas”, términos que forman parte de una amplia lista de formas denigrantes con las que se les nombra en Guatemala.

Según una nota publicada recientemente en La Hora, que hace eco de cifras de la Asociación de Trabajadoras del Hogar a Domicilio y de Maquilas (Atrahdom), alrededor de 169 mil 968 mujeres y hombres laboran en Guatemala como trabajadores domésticos y no cuentan con una ley que regule un salario mínimo y seguridad social.

Aunque las condiciones laborales son precarias para las trabajadoras del hogar, no falta quienes intenten justificar su situación con argumentos infundados: «Aquí en mi casa le va mejor que en su pueblo”. “Agradecida está con lo que le pagamos». “Acá come mejor que en su casa”.

Aunque esta situación debe ser corregida, también hay que tener claro que los abusos que sufren las trabajadoras del hogar van más lejos de recibir un salario de miseria, de no respetar tiempos de descanso y ocio, y de la negación de los servicios de salud; existen registros de abusos sexuales, torturas y esclavismo de mujeres que prestan sus servicios como domésticas, pero la mayoría de casos se quedan en silencio.

Esta situación demanda la atención del Ministerio de Trabajo y la Procuraduría de Derechos Humanos, pero también de un cambio profundo en la sociedad sobre la comprensión del trabajo como una actividad retribuida, que dignifica y mejora las condiciones de vida de las personas.

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