Estuardo Gamalero

«La política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra solo se muere una vez»
Winston Churchill

A veces pienso que esa élite romántica del «Resentidismo» (vocablo inventado por mí, en alusión a las personas que expresan con calor las líneas del populismo en arduo resentimiento) son plenamente conscientes de los efectos nefastos que sus ideas y líneas de acción dejan en las naciones con las cuales han experimentado: escasez, pobreza, desempleo, inseguridad, autoritarismo, por citar algunas. En el fondo, son usurpadores cuya óptica es que el individuo sea dependiente del estatismo y los «programas sociales» y se mantenga en servidumbre de la tiranía de turno.

Una buena parte de la ideología Marxista y sus engendros mal formados, que los intelectuales de ese equipo llaman «líneas de pensamiento según necesidades del siglo XXI», permanecen vivas y en países como el nuestro, se convierten en dogmas de quienes les gusta vivir de lo ajeno, o que se consideran condueños de la maquinaria estatal.

Tanto por el posicionamiento geopolítico, como por la complejidad de su mezcla cultural, su frágil economía y por la enorme influencia o manipulación que históricamente han ejercido los países del norte, las tendencias de los enormes sudamericanos y ahora, los muy de moda países europeos «salvadores de la humanidad», pareciera que Guatemala es una tortuga atrapada en medio de una pecera con agua que todo el mundo la mueve hacia diferentes posiciones. Irónicamente, en este país, cualquiera es experto para recomendar y proponer «la reforma del Estado». Hasta los caudillos, asesinos, corruptores del sistema y fracasados electorales, manipulan «con carita de yo no fui» los medios de comunicación, las redes sociales y grupos de activismo y «resentidismo» social, a través propuestas vanas para refundar el Estado y campañas de desprestigio de aquellos que pueden ser sus contrapesos en la confabulación de sus planes.

Aprendiendo de lo ocurrido en otros países y el «deja vu» de nuestra propia historia, deberíamos tener bastante claro, que la política en Guatemala es una especie de conejillo de indias, codependiente e insegura, cuyo futuro de corto plazo depende en buena medida del «Péndulo-Poder» entre Republicanos y Demócratas en el ejercicio de su política internacional. En muchas ocasiones hemos visto que, lo que unos veneran después otros satanizan. Lo que unos buscan, otros esconden. Así también, hay varios ejemplos a nivel mundial, de cómo el político de un Estado pequeño que sirvió a uno de ellos, termina siendo enemigo del nuevo gobierno cuando cambia el partido.

No cabe duda que estamos atravesando por una revolución de cambios, algunos necesarios y otros fatales, que directa o indirectamente buscan el control de las instituciones, la redistribución de las fuentes de producción y el sometimiento de la población civil, bajo el disfraz de una Democracia participativa y transparente. Lo que resulta imperdonable, es que justifiquen el origen de los problemas nacionales en la empresarialidad, en el libre mercado y en el texto constitucional.

Uno de los problemas transversales del país, ha sido la corrupción auspiciada y/o consentida como un modelo razonable para llevarse bien con los gobernantes y de ser posible, lucrar con algún negocito o negoción que salga en el camino. Ese cáncer que describo, lo desprecia la filosofía de libertad del mercado, lo repudian los principios del Estado de Derecho y debe ser abominable por una República sana. Sin embargo, aparecen estos Populistas escaladores del orden político mundial, creyéndose expertos, dueños de la verdad absoluta y condueños del aparato gubernativo a manipular la realidad y amedrentar a quienes generan trabajo e invierten en el país.

Por su puesto, si para invertir y generar trabajo alguien tiene que delinquir, entonces no estamos hablando de un empresario, de un profesional, o de un civil con iniciativa, estamos en presencia de un delincuente.

Soy fiel creyente de los principios que definen al Estado de Derecho y de los Pilares que deben sostener a una República. En ese sentido reconozco la importancia de fortalecer las instituciones, de velar por que los funcionarios que las dirijan sean capaces, idóneos, honrados y sobre todo, porque los tres Poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial sean realmente independientes de cualquier fuerza o actor que pretenda echar agua para su molino, sacrificando los resultados de Nación.

El problema que veo (quizás contribuye la paranoia que mantengo), es cuando me entero de las tibias decisiones de algunos funcionarios, de las cuestiones que proponen para quedar bien o salvar su pellejo, de varias resoluciones judiciales distantes de la legalidad y de esa agenda legislativa que más se asemeja a una chueca línea industrial de producción en serie. Y es que, para muchas personas, el objetivo no es fortalecer la institucionalidad, sino tenerla bajo su control.

Me pregunto: ¿Cómo creerán las autoridades de los Estados Unidos de América que se reducirá la migración y los niveles de pobreza, si mientras diseñan la alianza de los países del Triángulo Norte, hay un grupo de activistas extorsionando al sistema y boicoteando los proyectos de inversión que generan desarrollo nacional y trabajo formal en las áreas rurales?

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