Juan Jacobo Muñoz Lemus

Todos los seres humanos nacemos con algún nivel de inteligencia cognitiva; es decir con capacidad de resolver problemas nuevos y formar conceptos a través de la habilidad de pensar y actuar racional y lógicamente. Unos más y otros menos. Digamos que es una inteligencia natural, que no disminuye ni aumenta con el tiempo; en todo caso se estimula, pero nada más.

Si la gente nace inteligente, ¿por qué tanto fracaso? Veamos algunas opciones. La más novedosa de todas, ha sido el descubrimiento reciente de que hasta los 25 años nuestros cerebros experimentan una remodelación y actualización de redes que logran una función más rápida y sofisticada. Esta maduración cerebral inicia desde atrás hasta llegar a la parte frontal, donde se asienta el juicio. Esto importa porque con un buen juicio, hay más capacidad de ponderar variables y en consecuencia planear y decidir mejor. Se entiende que la juventud tenga problemas con las reglas y la ética, e incluso sea poco sensata. Del adulto se espera que tenga un cerebro más ejecutivo.

La juventud es época de afición a las emociones fuertes y novedosas, útiles para aprender rápido y disfrutar ganancias inmediatas, aunque a veces haya riesgos. Los adultos somos más aburridos de acuerdo con esa línea.

Después de la inteligencia cognitiva, debe tramitarse la inteligencia emocional; es decir saber llamar a las emociones por su nombre, ponerlas en su lugar y no irse de boca. Ser menos animal, hacerse a un lado, no ser protagónico. Suena fácil, pero es un proceso largo de renuncia y adaptación que conlleva aprender a ser tolerante con la frustración, la tentación, la incertidumbre, la presión, la crítica y hasta la soledad. Requiere congruencia con los propios ideales, ser determinado y aceptarse sin la intervención de complejos, para desprenderse de impulsos y ser capaz de modular la energía que como lava subyace y hace erupción; para transformarla en respuestas útiles y responsables. Digamos que responsabilidad es la habilidad de dar una respuesta.

Ganado ese control emocional, se puede acceder a una inteligencia social de cooperación; aceptación de lo comunitario, empatía, solidaridad, compasión y escrúpulo que impliquen integridad y ética. Es la época de generar y de dar, la verdadera época adulta.

Queda una inteligencia más, la espiritual. Ella libera de parámetros rígidos y accede a la creatividad. Saca del egocentrismo y conecta con el cosmos, rompiendo con la adoración de lo material. Facilita conocer el alma y en lugar de egoísmo y aislamiento, busca el altruismo y la conciencia universal. Es la época de las revelaciones y las epifanías que como procesos íntimos generan cambios correctivos a los defectos de carácter. Gracias a ella es posible aceptarse, aceptar a los demás y entrar en contacto genuino con la naturaleza, el inconsciente, el misterio y nuestro ser individual. La única función del ego es cuidarnos.

No es que tenga que pasar todo esto, no toda la gente se salva; se puede ser inmaduro y oscuro toda la vida. Pero si es tan poquita la vida, ¿por qué desperdiciarla en necedades?

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