Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

La situación financiera del país se asemeja a la de un padre de familia que no tiene para darle de comer a sus hijos, menos para educarlos, sumado a que no les puede dar salud preventiva, vestimenta y demás cosas básicas, pero sí tiene para gastar en lo innecesario, viajar, comprar carros lujosos y darse buenas parrandas en lugares caros.

Nos guste o no, esa es nuestra triste realidad. Yo siempre he sido fiel creyente de que Guatemala debe tener un Estado fuerte, pero más que grande o pequeño debe ser uno eficiente que facilite las condiciones necesarias para que el país pueda caminar en la ruta correcta y que además ofrezca oportunidades a aquellos que las piden a gritos como los migrantes; el sector privado del país es sumamente importante, pero no termina siendo suficiente, más cuando vemos la forma en que crece nuestra economía al mismo tiempo que se acentúa la brecha social.

El Presidente nos dijo la semana pasada que durante el primer trimestre había ordenado la contención del gasto y que ahora había ordenado la eficiencia del mismo, pero habría que replantearse si de verdad esa eficiencia llegará en los rubros más importantes.

Lo que pasa con el país es lo mismo que pasa con el Listado Geográfico de Obras, puesto que éste existe como una herramienta de apoyo para el desarrollo de las comunidades y los distritos electorales, pero ese dinero nunca se invierte en las necesidades de la gente, pero sí en los gustos de los diputados, alcaldes, contratistas y algunos miembros del sector privado que se apuntan a la pachanga de la corrupción.

Guatemala no tiene futuro con una carga tributaria tan baja, con tan poca transparencia y sin que la gente y la inversión en ellos sea la prioridad número uno del Estado. Si no nos decidimos a invertir en el capital y desarrollo humano, estamos condenados a estar igual o peor que antes.

Y la mejor muestra de que no invertimos en la gente está en los indicadores de desarrollo humano, además de los hospitales sin medicamentos ni alimentos, escuelas sin pupitres, con estructuras caóticas o en las patrullas sin poder salir a ejercer su función y, menos, una policía en plenitud de capacidades para prevención o establecimiento de políticas de seguridad ciudadana.

No hay que olvidar que hemos dejado que el Estado se convirtiera en el botín de los políticos utilizándolo para satisfacer los compromisos de campaña y por ello es que el tamaño ha crecido desmedidamente sin que ello signifique eficiencia y más importante, sin que ello signifique que se atienden las grandes necesidades del país.

Parte de la reforma política del Estado, además de la ley electoral y de partidos políticos y de que los partidos dejen de ser sociedades anónimas para hacer negocios, pasa por la reestructuración del Estado para que pueda operar de una mejor manera; además habremos de tener la odiosa discusión de qué país queremos y cuánto estamos dispuestos a pagar por él.

Pero en esto, todos tenemos que liderar con el ejemplo y otra vez, le cae la chibola al Presidente quien debería estar liderando la discusión que nadie se ha atrevido a tener de una forma integral y coherente y así definir qué Estado queremos.

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