Raúl Molina

Para quienes hemos analizado las sucesivas manipulaciones de las elecciones en Guatemala a partir de 1958, el refrán no es solamente falso, sino que ofensivo. A veces, parte del pueblo pudo tener la culpa de votar por un determinado candidato; pero ninguno de los pasados presidentes ha gozado de legítimo apoyo popular. Hemos tenido gobernantes que no nos merecemos; sin ir más lejos, aunque parte de la ciudadanía cayó en la trampa electoral, en septiembre pasado, menos del 20% de la ciudadanía votó por el binomio Morales/Cabrera. Las y los migrantes no lo hicimos.

Igual en Estados Unidos, en donde en noviembre elegirán a los nuevos mandatarios. Se votará por uno de dos binomios presidenciales propuestos por sus dos partidos. En el lado Republicano, pese a su xenofobia y racismo –o quizás por ellos– Donald Trump superó a sus rivales y será nominado a medio año. Pese a no gozar de aceptación general en el partido, será difícil inventar una fórmula para sustituirlo; quizás le colocarán una o un vicepresidente que incline la balanza hacia las fuerzas conservadoras marginadas por los dólares del magnate.

Por el lado Demócrata, Hillary Clinton avanza; pero la contienda se le ha hecho difícil frente a Bernie Sanders, quien, pese a su edad, es apoyado por las juventudes, que están cansadas, como en Guatemala, de la “vieja política”. Más y más sectores perciben como “aire fresco” a este senador socialista; de no ganar el apoyo partidario en la Convención Demócrata, podría surgir un tercer partido para buscar una vía distinta. Esto está a nivel de “milagro”; pero podría ocurrir. Terminado este proceso primario, menos del 25% de la ciudadanía decidirá quien preside el imperio. ¿Se merecerán los estadounidenses el gobierno de Clinton o el de Trump? Clinton representa la continuidad, mucho más conservadora, de lo hecho por Obama. Los derechos humanos y las libertades fundamentales se sacrificarían en términos de la “Seguridad Nacional”; la política intervencionista de EE. UU. en América Latina y el Caribe –golpes de Estado en Honduras y Paraguay golpes políticos, ya logrado en Argentina, en marcha en Brasil y amenaza en Venezuela– seguiría profundizándose; las tibias reformas en salud y trabajo continuarían bajo embates; y se seguiría aplicando la represiva política anti “inmigrantes pobres”. Elegir a Trump sería muchísimo peor, por su rabia anti-inmigrante y pánico ante el Islam. Si la mayoría se inclinara por él, sería muy negativo para las masas de trabajadores e inmigrantes y para la clase media; pero eso llevaría, quizás, a la unidad, movilización, radicalización y resistencia de los trabajadores, el movimiento social y sectores medios. Lo importante será no dejar desfallecer, como ocurrió con movimientos previos, el fervor por la transformación profunda del imperio. Si bien el pueblo estadounidense no se merece cuatro años bajo Clinton o Trump, su inmediato futuro es ominoso, a menos que se genere un movimiento ciudadano que impulse la verdadera democracia participativa en Estados Unidos. Podemos en Guatemala ser ejemplo, si damos continuidad al Movimiento por la Dignidad.

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