La actuación de los políticos en las últimas décadas alrededor del mundo ha provocado una seria crisis que afecta aún a partidos de larga tradición como pueden ser el Republicano y el Demócrata en los Estados Unidos, no digamos en países de escaso desarrollo democrático como el nuestro. El proceso electoral en la Unión Americana está caracterizado por una especie de rebelión de las masas que expresan en las elecciones primarias y convenciones partidarias un repudio muy marcado hacia quienes encarnan esa forma tradicional de la política que se pone al servicio de los financistas y que olvida su compromiso con el bien común.

El fenómeno de Donald Trump y el que caracteriza la campaña de Bernie Sanders tienen un común denominador en el rechazo de millones de votantes respecto al comportamiento tradicional de los políticos. Desde que se comercializó la política incrementando la dependencia de abultados financiamientos, empezaron a desaparecer los estadistas que fueron característicos de buena parte del año pasado. La política derivó en un mercado y como consecuencia de ello surgen movimientos en muchos lugares, entre ellos Estados Unidos, España y Guatemala, en donde se nota un claro repudio a la forma que se ha vuelto lo tradicional de hacer política.

En el caso norteamericano hay que hace un matiz importante, puesto que mientras Trump crece a expensas de abandonar los conceptos básicos de la ideología conservadora republicana, entre los demócratas la rebelión parece apuntar a reforzar los principios de mayor compromiso social, es decir, mientras en un lado se abandona la línea histórica, en el otro se pretende rescatarla con un refuerzo del liberalismo en los términos en que ese concepto se entiende en Estados Unidos.

En otras palabras, la rebelión republicana puede comprometer el futuro del partido, mientras que en el bando demócrata lo más probable es que Hillary Clinton tenga que modificar algunos de sus planteamientos para identificarse más con esa nueva corriente que pretende una vuelta a los principios del partido.

En Guatemala vivimos un asomo de rebelión el año pasado y cuando hubo chance de plasmarlo en las urnas, el sistema se autodefendió rápidamente. Apenas si hubo chance de repudiar la política tradicional eligiendo a un Presidente cuyo mérito era no tener pasado visible ni futuro entendible, pero no logramos ni hacer un rasguño a las estructuras reales del poder en el Congreso. Al contrario, ese Organismo resultó legitimado por el resultado electoral que llevó a ocupar las curules a muchos de los mismos diputados y a algunos nuevos listos para aprender de los viejos.

Los políticos se niegan a entender la rebelión contra sus vicios y obligarán a los pueblos a ser más enérgicos.

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