Eduardo Blandón

Hace tiempo el modelo construido por el gran capital está agotado. Lo evidencian los hechos. Su vientre es maldito: produce muerte, dolor, injusticia, desigualdad, iniquidad y mucho más. La puta de Babilonia, dirían por ahí. Pero seguimos en lo mismo, dando vuelta, fingiendo superación y mejoras porque nos encanta la novelería.

Pero no solo por el romanticismo encarnado a razón de hijos del trópico, sino por falta de unidad, en tanto que distraídos incapaces de organizarnos y alcanzar acuerdos mínimos. Nos han ganado los egoístas con agendas nimias. No es que han sido grandes arquitectos políticos, lo de ellos es la convención en la búsqueda de sus intereses. Solo. Deje de contar.

Me resisto a creer, como algunos, que la oligarquía sea un bloque organizado y granítico, con una agenda clara y distinta. Sofisticada. Sujetos con inteligencia preclara, estrategas, alrededor de pensamientos complejos. Sin subestimarlos, me parecen que son más elementales.  Lo de ellos es la preservación de sus intereses y la explotación de los recursos materiales y humano. Sin timidez y mucho encomio. Con voracidad.

La actitud de la oligarquía es comparable a la de un vulgar sindicalista que grita consignas vacías y pide acuerdos colectivos. Descerebrados con dos o tres ideas homéricas (las de Simpson) en la cabeza. Brutos, como la mayoría de cafetaleros, cañeros o líderes del CACIF. Sin ninguna evidencia de sensibilidad humana. Egoístas, burdos, enanos morales.

Su suerte ha sido el capital de sus bolsillos (que no es poca cosa). Con ello han comprado iglesias, conciencias y todo lo que se mueve y respira. Y nosotros no hemos podido escapar de sus manos. Muchos somos corresponsables de la anemia que nos tiene postrados, sobre todo una intelectualidad que no ha sabido incidir con sus ideas en la población. Digamos que hemos sido muy inocuos, quizá muy mansos, permisivos… distraídos.

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