René Arturo Villegas Lara
Nuestro profesor de matemáticas en el primer año, en la Escuela Normal Central, la de Pamplona, era don Carlos Gordillo Barrios, que siempre nos recordaba a su ídolo: su hermano Gerardo, un afamado economista que fue ministro en los tiempos de la Revolución. En segundo año nos impartía álgebra y utilizábamos el texto del maestro cubano, Baldor. Creo que en todo Guatemala se estudió en ese libro. Eran cursos que sacaban canas verdes, aunque había buenos estudiantes de esas materias, que después resultaron en las ingenierías y le deben mucho a las enseñanzas de nuestro gran profesor, don Carlos Gordillo Barrios, como las de don Quique López Arriaza en Geometría y Trigonometría. Yo, aunque siempre las aprobé, no eran materias de mi predilección; y más por disciplina que por vocación, hice grandes esfuerzos por entenderlas, ya que mi vocación andaba oteando en las ciencias médicas y en su defecto el estudio de las ciencias jurídicas, especialmente en su enseñanza o en la judicatura, pues eso de los litigios me produce dolencias eruptivas.
Don Carlitos, como le decíamos sus alumnos, exageraba sus historias y presumía de tener brazos fuertes y gruesas muñecas, como para que nadie le ganara echando pulsos. Quizá por eso siempre se vestía con camisas manga corta: para mostrar sus gruesas muñecas y su reloj dorado de oro falso.
Un mañana, don Carlitos no llegó a la primera hora de clase; entró tarde al aula, dando explicaciones sobre su llegada tarde. Nos contó que cuando pasaba frente al portón del zoológico La Aurora, justamente frente a la cantina La Mariposa, observó un alboroto de gente dentro del parque, y al indagar sobre lo que pasaba, se enteró que una pequeña niña se había metido a la jaula del león, que estaba mero atrás de los fotógrafos de caballito, casi a la entrada de La Aurora, y no hallaban como salvarla, pese a que los empleados estaban acostumbrados a lidiar con el rey de la selva y le podían tirar unos pedazos de carne de caballo para distraer al felino. Entonces, intervino don Carlitos, se quitó el saco, tiró los cuadernos y el libro de Baldor al carajo y con decisión se metió a la jaula: agarró al escuálido león por la cabeza y le metió el brazo en la boca, como cuando uno hace un pulso, manteniéndole la boca abierta, para que el empleado celador de los animales le ayudara a sacar el brazo de la niña y salvarla de terminar su tierna infancia como desayuno del león importado de lejanas tierras africanas. Cuando veo la nueva versión de la película King Kong, hay una escena en la que el gran gorila de mentiras, le abre la boca a un dinosaurio y le desgarra la mandíbula para darle muerte; entonces me recuerdo de mi profesor, don Carlitos Gordillo Barrios, quien además de habernos enseñado la matemática y los intrincados problema del álgebra, también desmandibuló al temido y viejo león de La Aurora, logrando salvar a la niña.
Los alumnos hacíamos la pantomima de hacer como que habíamos creído la charada de don Carlitos y hasta aplaudimos el arrojo y la fuerza de nuestro queridísimo profesor; aunque la Gruya Díaz, compañero de aula y famoso futbolista por su estilo de driblar, contaba, porque formaba parte del alboroto que llamó la atención de don Carlitos, que cuando nuestro profesor entró a la jaula, el efecto de un dardo adormecedor que le tiró un policía al infanticida león, ya había hecho su efecto en un ochenta y cinco por ciento, de manera que don Carlitos metió su potente brazo en la boca de un león que casi estaba noqueado. A don Carlitos los recordamos todos sus alumnos como un gran maestro de la Escuela Normal.