Lucrecia de Palomo

En las carreras en que se vive, las mil citas a las cuales se debe asistir, las distancias entre los lugares y sobre todo el tránsito que no nos permite medir el tiempo con la distancia, vivimos desorientados, hemos dejado tirado el valor de la ubicación. Hace unos días tenía que ir de Mixco hasta la zona 15 de la ciudad de Guatemala. Para ubicarme utilicé la tecnología: el Waze. Después de resistirme por algún tiempo a los consejos de mis hijos sobre el uso de este GPS que por medio de un App se baja al ordenador donde se opera el teléfono celular, ahora soy una de sus fans. Al introducir la dirección a donde me dirigía, me indicó que en 45 minutos estaría en el lugar. Lo primero, al leerlo fue la duda, pues a la hora en que me movía eso era imposible, luego al observar la ruta que me marcaba aun me pareció más loco pues según el aparato debía utilizar el Periférico hacia el norte, llegar a la Avenida Elena y alcanzar la Municipalidad. Se enloqueció, pensé, me alejaba de mi objetivo; además siempre utilizo la Roosevelt, Liberación, Castellana, etc.

El momento de desobedecer al Waze llegó, a punto estaba de hacerlo cuando escuché en mi mente la voz de mi marido –que como buen piloto aviador– me dijo: “A los instrumentos siempre se les hace caso”. Fue el instante cuando decidí seguir la ruta marcada. Todo un éxito, en 45 minutos estaba en mi destino.

Este episodio me hizo pensar en todos los hechos que suceden a nuestro alrededor y no me quedó más que cuestionarme, ¿En qué momento de nuestra vida ciudadana se perdió el mapa? ¿Cuándo dejamos tirados los instrumentos –valores– que sirve para guiarnos? Nos desubicamos y empezamos a dar tumbos. Lo que antes era blanco ahora le llamamos rojo, lo rojo pasó a nombrarse azul y aunque sabemos que no es el nombre correcto del color, que el color no cambió, lo aceptamos. Lo triste de la situación es que los jóvenes sí están aprendiendo los colores con nombres cambiados.

En el momento de análisis recordé, el “Prohibido prohibir” que se gritaba en Francia, por allá de los finales de la década de los 60 cuando dio paso a la anarquía. Las guerras mundiales y más recientemente la globalización fueron la explosión de la sustitución. El inicio y auge de poderes supranacionales arrasaron con las culturas y creencias propias imponiendo ideologías foráneas, haciendo mezclas que no llegan a cuajar y se prestan interpretaciones erróneas. Se está llegando a la destrucción paulatina de todo lo conocido, lo que daba el norte a la sociedad, se destruyó lo fundamental. Urge reconstruir el rol de la mujer en la familia -siendo ella desde siempre quien siembra la cultura- así como la misma familia. Es imposible que se siga confundiendo a las generaciones con conceptos equívocos que solo llevan a situaciones como las que se ventilan en las cortes contra los ciudadanos corruptos.

Escuchando a los testigos protegidos en los juicios, vemos que un indicador del cambio es la desfachatez, cuentan la forma nauseabunda de robarle al Estado como lo más natural. Es bochornoso escuchar cómo actúan los corruptos y corruptores. Esto no es nuevo ni local, esto debe haber pasado en los gobiernos anteriores y en otros países, la diferencia es CICIG. La globalización llegó hace años y así como la corrupción se exportó, hoy se está importando un sistema judicial que no conoce sombreros ni cuellos.

Guatemala está ventilando ante el mundo como operan las mafias globales. Pero esto no podrá tener un final feliz si los connacionales, convencidos de la nefasta degradación social, le ponemos un alto. Busquemos el norte, utilicemos el Wase moral, dignifiquemos a la familia y a la persona humana.

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