No se puede hablar de que en Guatemala exista un mandato para quienes resultan ganadores en los procesos electorales, porque realmente no existe un compromiso entre votantes y el elegido con la orden clara de qué esperan durante el ejercicio del poder. Lo que tenemos realmente en el país es un sistema de pasiones que así como se ha dejado llevar por lindas canciones y campañas de mercadeo para elegir presidentes, igual se dejó llevar por la moda de odiar al PP, a Pérez, a Baldetti, a Baldizón y a Torres por ser el rostro de la política corrupta y tradicional.

Sin embargo, y a pesar de la inexistencia del mandato, es impresionante como los administradores del poder público ignoran el momento por el que atraviesa el país porque para muy pocos no está claro que la moda de esta pasión es odiar al corrupto de parte de una sociedad que de esa manera quiere sentirse partícipe de los cambios que CICIG y Ministerio Público han logrado contra los corruptos.

El presidente Jimmy Morales no ha emitido opinión sobre el escandaloso negocio de la TCQ y ha dejado que sea su Ministro de Finanzas el que le busque el “lado sereno” a un negocio asqueroso al que, inexplicablemente, se le quiere maquillar para que parezca bonito. El Presidente no entiende que un problema de corrupción del gobierno de Otto Pérez Molina se va convirtiendo en problema de corrupción de su gobierno cada día que pasa, mientras la gente se pregunta si la coima ya alcanzó a los funcionarios de esta administración.

El Caso de TCQ puede ser, tal y como sucedió aquel Miércoles Santo con el gobierno del partido Patriota, el que le quite la máscara a un Gabinete y exponga las dudas sobre un gobierno “ni corrupto ni ladrón”. Es ilógica la defensa de este gobierno y del ministro Estrada a favor de los inversionistas y en contra de la población.

Los diputados al Congreso de la República y los magistrados de la Corte Suprema de Justicia parece que quieren ver hasta dónde llega la pita del chucho, porque están midiendo la paciencia de la población para ver hasta dónde les alcanza para operar y asentar sus prácticas que ya llegaron a un nuevo récord de mañosería.

Pero los verdaderos culpables de todo, y quienes no entienden el momento al fin del día, son los ciudadanos que dejan que los poderes fácticos hagan lo que les da la gana. La ciudadanía está feliz criticando los escándalos, pero no se mete de lleno a transformar el sistema. No ha entendido que de nosotros depende marcar los límites.

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