René Leiva

Ahora, siempre, sólo puede seguir en su protagonismo de un libro aparte, en su monólogo de incontables orillas, en su caja (cuasi mortuoria), sin más simbiosis con otros volúmenes jóvenes… Ajá, lo guardo – -es un decir- – en una caja de zapatos que tomaron cualquier camino.

Ignoro por qué, a través de las décadas, estuvo aislado, solitario, encima de una mesa o escritorio, tal vez por su para mí origen sustractivo, quizás por mandamiento de una memoria ajena.

El Campano Ilustrado no es el Popol Vuh, ni la Odisea, ni Don Quijote. No cuenta historias, no construye ficciones deliberadas o intuidas, no inventa, no extrae de la nada… Su fuero no es el de la fantasía… Su autoridad proviene del consenso, los convencionalismos conceptuales, las certezas comunes, el uso, la utilidad, la práctica, la costumbre.

Comprendo que entre mi Campano y yo se ha edificado un casi ritual en clave lúdica; ceremonia con algo más de una práctica palabral/significal y a veces secreta.

Ajeno a fijaciones paralizantes, mi lectura obviamente fragmentaria del viejo diccionario cada vez encuentra otros significados en la definición de siempre, todo eso estampado en 1923… La misma palabra bota hojarasca y acoge nuevos retoños… La palabra en su conjunto como un árbol viejo, a sus pies las hojas secas, pero sorprendido por cuántos verdes brotes un tanto fortuitos.

Es claro, o no mucho, que mi Campano Ilustrado, al paso de los años, no se parece en nada a cualquier otro gemelo suyo de edición, en caso todavía subsista en el más polvoriento y sombrío anaquel de una desahuciada biblioteca.

El significado del diccionario, e incluso el propio significante, proporcionan un vestigio, el rastro de un algo, de otra cosa mayor que siempre está por encontrarse o en construirse, como todo lo humano.

La definición de un vocablo es un molde, pequeño, un ladrillo, para construir el edificio del contexto; el tramo de una orilla donde discurre el pensamiento, según sesuda explicación de Perogrullo.

La palabra así aislada, aunque denotante y expresiva, está huérfana del tejido contextual…

A pesar de tener vida por sí sola – -necesidad de vínculos, lazos, ataduras- – para no morir de soledad en su isla desierta… No obstante que muchas o pocas palabras más se necesitan o intervienen en su definición, añade Perogrullo, ese talentoso descubridor de nociones diversas y asombrosas.

Cuántas veces, en el hojear por una palabra, su encuentro y significado me ha apartado del camino «recto» y me he perdido en divagantes atajos que desembocan en lugares desérticos o bien parajes boscosos de donde he salido, cierto, pero en total desorientación.

(En la anterior entrega (Tres) aparece un párrafo con una errata quién sabe a qué o a quién atribuible. Dicho parágrafo debe decir: «De cómo la lectura, para la más aproximada o cabal comprensión del texto, no necesita, no precisa, pero obviamente sí conlleva o tiene implícitas las definiciones de las palabras, de cada vocablo… sin que eso signifique…»)

Artículo anteriorNo a la Ley Electoral, sí a la Reforma del Estado
Artículo siguiente100 días que parecen mil