Van pasando los quince días de Juan Manuel Giordano alejado del Congreso, y ya sabemos que volverá con la misma tranquilidad que muestran los otros diputados que tienen sus plazas fantasma, que presionan a funcionarios y se benefician con el Listado Geográfico de Obras, no nos queda más que pensar que somos una sociedad que hace llamarada de tusa cada vez que hay un escándalo y que la indignación nos dura tan poco, para ponernos a esperar el escándalo que venga en las próximas horas.
Es así como nos olvidamos del caso del Congreso y pasamos al enojo por TCQ que, como dijo el Ministro de Finanzas, quieren tratarlo dizque con cabeza fría, porque seguramente saben que a la población se le olvidará y será indiferente con lo que se decida hacer.
El problema de la sociedad guatemalteca no está en que diariamente haya un hecho que indigne o que cada semana tengamos un tema de impacto que nos hace reclamar unos días hasta que se le olvide.
Lo que verdaderamente nos afecta es que estamos encerrados en criticar los escándalos, pero no en transformar el sistema causante de que todo el diseño del Estado haya sido para mantener en todas las áreas de administración pública esos vacíos que permiten la corrupción, la violencia y el saqueo con el que termina sufriendo el ciudadano, con el agregado de la impunidad que tanto conviene a los pícaros.
Y dicho esto podemos compararlo con el caso de las marchas del año pasado, cuando se creyó que había un triunfo por haber logrado las renuncias y luego capturas del Presidente y la Vicepresidenta. La ciudadanía se concentró tanto en celebrar esa batalla, que se olvidó de pelear la guerra contra el mentado sistema que sigue operando.
Con total desfachatez, los diputados hicieron una reforma electoral a su antojo y la población ni apareció para ejercer la presión necesaria; los exfuncionarios y abogados que promovieron y empujaron la transa del puerto, ahora dicen que solo fueron casi edecanas en el acto porque no tuvieron nada que ver y no hay quien les pida cuentas para que, al menos, haya una condena social sobre sus responsabilidades.
Si seguimos esperando el escándalo, seguramente tendremos de por vida uno por semana y seguiremos encontrando a quienes culpar de la desdicha del país; pero si queremos cambiar el rumbo del Estado, lo que se tiene que enfrentar es ese diseño malicioso de la administración del Estado que mantiene secuestradas las instituciones para acaparar todos los beneficios. Es urgente que sin dejar de presionar por los escándalos, nos concentremos en el sistema.