Isabel Pinillos
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La extraordinaria fuerza de un volcán se pone de manifiesto cuando dentro de su corazón, la coincidencia de roca fundida, presión de ciertos gases y agua, todo esto a temperaturas altísimas, alcanzan el punto de ruptura que, como bomba de tiempo, se expulsa hacia la superficie en un río de lava.
De forma similar, la ciudadanía guatemalteca un año atrás experimentó el poder de la plaza. En los meses que antecedieron se develaron escándalos de corrupción del gobierno de Otto Pérez Molina y su Vicepresidenta Roxana Baldetti, quienes desbordaron la indignación colectiva, entre ellos el negocio del “agüita mágica” para limpiar el lago de Amatitlán.
La paciencia de los guatemaltecos estalló tras la revelación del caso “La Línea”, gracias a un extraordinario trabajo coordinado entre CICIG y el Ministerio Público, que develó la red de una estructura de defraudación tributaria encabezada por el mandatario y la vicemandataria.
El desenvolvimiento de estos casos fue seguido y apoyado por la plaza, semana tras semana, bajo lluvia y sol, hasta las últimas consecuencias. Todos estos hechos marcaron un antes y después en la era democrática de nuestro país y sentaron las bases para crear una nueva conciencia ciudadana.
Entender en toda su dimensión los efectos que esta serie de manifestaciones tendrán en la historia de nuestro país está por verse. Considero que las expresiones de repudio generalizado se produjeron dentro de un contexto de situaciones descaradas y sin precedentes, en un año electoral que ofrecía un panorama sombrío y con probabilidades de cuatro años adicionales de “más de lo mismo”. Los intereses de todos, ricos y pobres, del empresariado, de la comunidad internacional, de la academia y organizaciones sociales utilizaron la misma bandera de la anticorrupción.
Hoy se observa que los problemas estructurales del Estado no han cambiado y siguen vivos los elementos de la “vieja política” rechazada en la plaza. Esto ha llevado a algunos a decir que las manifestaciones han sido una cortina de humo orquestada por poderes externos. Quien vivió esos momentos en la plaza de la Constitución es testigo de que la convocatoria masiva, espontánea y pacífica, de miles y miles de personas no fue una simple histeria colectiva o producto de genios manipuladores de las redes. Aunque pudo haber ciertas fuerzas detrás de bambalinas, es innegable que la plaza se mantuvo vigente por veinte semanas ininterrumpidas, convocando con vehemencia a sectores tan diversos.
La “plaza” no se quedó enfrente del Palacio Nacional; nos trajo una nueva forma de ejercer ciudadanía, de participar de involucrarnos activamente y ser vigilantes constantes de los abusos de poder. Desear hoy una convocatoria de sesenta mil personas no viene al caso, sino lo que debe dejarnos el 2015 son las lecciones aprendidas, sobre todo para la nueva generación.
Es con estos nuevos aires de democracia que debemos reaccionar ante situaciones que nos siguen golpeando, como los bochornosos episodios entre los diputados, como la falta de planificación en todos los ministerios, como las muertes ocurridas en los hospitales por falta de atención médica, y las crecientes manifestaciones de comunidades por la falta de agua. Apoyemos la labor de la fiscal Thelma Aldana y de CICIG en la persecución de nuevos casos de corrupción como el millonario contrato lesivo que constituyó la Terminal de Contenedores Quetzal (TCQ) en donde se presume que forma parte del infame botín que sustrajeron Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti.
El volcán se despertó de un largo letargo un año atrás ¿lograremos mantenerlo activo?