Jorge Mario Andrino Grotewold
• @jmag2010

Desde que se conocieron los escándalos de corrupción en Guatemala, se ha hablado de vieja y nueva política para representar formas de actuar en el ejercicio del poder. Algunos manifestaron su deseo de renovar una clase política ampliamente criticada por sus pocos avances y múltiples escándalos, introduciendo el término “nueva política” para simbolizar cambio. Pero el cambio proviene de adentro de las personas, de los políticos y de quienes ejercen poder público. De lo contrario se convierte solamente en una frase sin sentido ni fundamento. Un engaño dirían expertos, que hace más daño que la propia “vieja política”.

La política se define como los caminos o formas de ejercer el poder. Ya sea público o privado. Una posición política puede llevar a un ejercicio de poder en un trabajo, en una familia, con los amigos y en sociedad. Pero cuando se trata del poder público, la política tiene un alcance más desarrollado, pues introduce un mecanismo regularmente aceptado por el Estado por medio del cual, utilizando canales como los partidos políticos o bien grupos de interés, se alcanza a realizar función pública, que es el equivalente a poder servir a los demás. La función pública desarrollada con ética, introduce valores a la gestión del empleado o funcionario, no permitiéndole acciones que vayan en contra de la transparencia y por ende, alcanzando con más facilidad sus resultados.

La política entonces, bajo el manto de una conducta ética de las personas, introduce el término transparencia al ejercicio del poder público, logrando con ello, reconocimiento y satisfacción en el cumplimiento del deber. Al ser transparente, se refleja la propia conducta correcta -ética- tal y como lo definieron filósofos siglos atrás.

Y el gran pensador Jean Paul Sartre logró hacer la transformación más importante en este elemento de gestión pública, al comprobar la teoría del satisfactor ético como requisito para una conducta humana transparente y así, cumplidora de las más sentidas necesidades de la sociedad como la seguridad, salud, educación, empleo y libertad. Esa posición humanista abrió brecha para entender que quien es ético como servidor público, es transparente dentro de su institución.

Ser considerado como un ejemplo para la sociedad y un honor representar a su distrito o departamento, debiera ser el culmen de las razones para participar en política. La sociedad debiera empoderar a nuevos políticos a que participen, tomando como referencia buenos ejemplos de viejos políticos, que durante años han alcanzado ese matiz de experiencia sin machar su nombre o dignidad. Por ello están satisfechos de su camino en la política.

Pero tal y como lo dijo Aristóteles hace tantos siglos, la ética es el arte de hacer el bien. Y si se conjuga con lo que se sabe de la política, se entendería que es el ejercicio del poder público de forma correcta. ¿Es tan difícil entender eso de parte de políticos en Guatemala y alrededor del mundo?

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