Eduardo Blandón

Los actos de corrupción recientemente descubiertos en los que Pérez Molina y Roxana Baldetti han sido, según la CICIG, los protagonistas conspicuos de desfalcos millonarios, constituyen la prueba reina del descalabro del sistema que permite sin chistar el saqueo de los recursos públicos.

Estafas así, de proporciones mayúsculas, solo son posibles en un Estado cuyos gestores políticos, se hacen de la vista gorda. No porque su distracción obedezca a las tareas ingentes para sacar al país de la pobreza, sino porque ellos también andan preocupados por hacer su agosto en el tiempo breve que les toca pasar por los puestos de gobierno.

Una contaminación así es generalizada y dañina porque hace de la corrupción un modo de ser. O sea, la democratización de cultura del latrocinio. Evidenciado, por ejemplo, en la imitación de la conducta en todas sus esferas Se vuelve común y regular de ese modo que roben desde los policías, pasando por las secretarias… hasta los gerentes y dueños de bancos.  Cleptocracia en todo su esplendor.

Ello hace que la pobreza material se profundice y la miseria moral se extienda.

Lo que nos postra lastimosamente en un estado que imposibilita cualquier esperanza futura. En ese sentido, el bien que nos hace la CICIG es enorme, entre otras cosas, porque nos enseña que el trayecto que recorremos es equivocado y nos sugiere, asimismo, rutas mejores fundadas en la justicia.

De nada habrá servido poner en el calabozo a los presuntos ladrones del Partido Patriota, si no tomamos nota para recomenzar de nuevo.  En vano habrá sido la participación ciudadana en las plazas, de no continuar con la gestión de proyectos alternativos.

Recuerde que los políticos no descansan, sus programas son sólidos y se concentra (en la mayor parte de ellos) en tomar en el marco de la ilegalidad los recursos de Guatemala.

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