René Leiva

Si un texto cualquiera -¿cualquiera?- en lugar de solo palabras o de palabras solas estuviese escrito de las definiciones, con todos los vocablos de sus significados o con el significado de cada palabra suprimida o ausente… ¿Cómo explicarlo?

De cómo con la lectura, para la más aproximada o cabal compresión del texto, no necesita, no precisa, pero obviamente sí conlleva o tiene implícitas las definiciones de las palabras, de cada vocablo… sin que eso signifique…

Mi Campano Ilustrado, valetudinario, achacoso y ya nada atractivo en su libresco físico (o físico libresco), me sobrevivirá, estoy seguro… Su materia orgánica perdurará más allá de mi formato zoológico… Pero en sus páginas erosionadas quedarán mis trazas digitales y los contornos de mis parpadeos.

Paradójico que el diccionario, hechos añicos los años, sea el cementerio elocuente de los muchos muertos de una lengua viva… Crecer, cambiar, morir, estar, ser (en) otra palabra.

Pero por supuesto que los significantes y los significados cambian (y/o desaparecen, sin ser “sustituidos”).

Varía la lectura, la comprensión (y utilidad) misma de las palabras, por sutil y pausada, a través del tiempo, que sea esa variación – comprensión – aprehensión…

Sabido es que si bien fijas (¿) en su impresión o estampación, las palabras/significados toman caminos erráticos, precisamente porque el lector modifica su criterio, su percepción… Es como si alterar su reproducción impresa, las propias palabras sufrieran un auto-extrañamiento de esa especie de “repetición” de su mismo significado con el paso del tiempo… Dicen y no dicen lo mismo, porque el lector-usuario, yo, varía su percepción/ comprensión influida por diversos factores “metalexicales”…

(Nunca está de más, ¿o sí?, una torpe miradita, de reojo, a peligrosos desfiladeros filológicos, sin ánimos suicidas…)

En mi palimpsesto mental, lavado con niebla matinal, el Campano Ilustrado ha dejado su reincidente impronta en compañía de otros pergaminos para mi propia labor, a pausas perdida, de paleógrafo imposible.

Es razonable, inevitable que cometa yo prosopopeya atribuyéndole a mi Campano Ilustrado cualidades humanas, personificarlo, dotarlo de alma, temperamento y carácter… En realidad sólo he hecho un descubrimiento pausado y pasmoso a través de lentas y prolongadas etapas durante decenios… Al cabo, ¿qué tan prosopopéyicos somos los que presumimos de humanos, racionales, con libre albedrío, conciencia…?

El talante lúdico, a veces infantil, poco o nada malicioso, en la búsqueda de significados… Búsqueda para el encuentro sorpresivo pero no inesperado ni mucho menos incomprensible… El significado leído que corrobora la acepción intuida, que confirma el sentido grabado en la corteza cerebral…

¿Es el diccionario, también, el reflejo gramatical de una cierta, de determinada ideología… o es neutral, objetivo, práctico, pragmático…?

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