Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

La vida en las grandes urbes sería absolutamente imposible sin un eficiente y rápido sistema de transporte público que ofrezca a los ciudadanos, de cualquier condición, la oportunidad de desplazarse con relativamente escasa pérdida de tiempo. Ciudades muy antiguas tienen eficientes sistemas subterráneos que fueron planificados por sus gobiernos locales con visión de futuro y ejecutadas cuando todavía las condiciones facilitaban la construcción de las obras. Si en ese momento hubieran buscado soluciones fáciles, como ocurre en Guatemala, a estas alturas sería imposible vivir en esas ciudades tan congestionadas.

Guatemala es un caso especial porque la capital de la República está conformada por varios municipios que no tienen ninguna relación entre sí y que trabajan aisladamente sin planes de desarrollo conjuntos con visión de metrópoli. Ello se ha complicado especialmente por cuestiones personales, como la actitud del Alcalde de Guatemala que en vez de ejercer un liderazgo natural para trabajar con sus colegas en beneficio de los más de dos millones de personas que habitan la región metropolitana, los ha visto siempre con desprecio y no se digna en buscar fórmulas que permitan alcanzar los grandes acuerdos que hacen falta para proponer al gobierno central las acciones que se tienen que ejecutar desde ese nivel porque es imposible hacerlo desde la óptica del gobierno local.

En todo el mundo el sistema de transporte subterráneo se ha ido imponiendo como una solución de fuerte inversión, pero que luego permite operar con costos relativamente bajos. Además, el sistema de transporte en su conjunto, depende de las municipalidades o de entidades de gobierno, lo que permite establecer mecanismos de trasbordo eficiente entre buses y los sistemas de trenes de superficie o subterráneos. En Guatemala somos presa de un negocio infame, el de los llamados empresarios del transporte público que son en realidad activistas políticos y buscadores de rentas que no tienen ninguna visión empresarial más que la de extorsionar al Estado a través de los políticos de turno que negocian con ellos esos subsidios carísimos que son imposibles de verificar. Nadie sabe a ciencia cierta si los buses circulan, y si prestan el servicio, pero sí sabemos que cobran mes a mes fuertes cantidades de dinero que, por cierto, no disminuyeron ni siquiera cuando bajó el precio de los combustibles, no digamos que ese dinero hubiera servido para mejorar el servicio.

Arzú habló hace cuatro años de la ciudad del futuro, y el chiste cuatro años después es que la llamó así porque pasa tanto tiempo uno entrampado en el tráfico que cuando llega a su destino ya es en el futuro. Su gran legado, finalmente, será la falta absoluta de visión para enfrentar los grandes problemas metropolitanos como el abastecimiento de agua, el saneamiento de la ciudad y, especialmente, el transporte. Extorsiona a los constructores para que le den dinero para hacer pasos a desnivel que son de relumbrón, pero que no resuelven nada y, mientras tanto, cada día que pasa es uno de esos de tiempo perdido, el mismo que hasta los santos lloran.

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