Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Los guatemaltecos convivimos con la pobreza y pobreza extrema y nos hemos acostumbrado a la existencia de ese flagelo de tal manera que lo vemos, si acaso, como parte del paisaje y de la cotidianidad en nuestra tierra. No nos asusta ni nos preocupa la existencia de altos índices de desnutrición infantil, no digamos la hambruna que se manifiesta en algunas regiones, de la misma manera en que nos parece muy normal que el país subsista fundamentalmente por lo que envían como remesas familiares los chapines que, expulsados por la marginación y falta de oportunidades en su país, viajan a Estados Unidos para demostrar su capacidad de trabajo y dedicación, que permite el envío constante de tanto dinero que es la principal fuente de ingresos de Guatemala.

Pero en estos días vimos algunos hechos que nos tienen que sacudir. Primero esa forma abusiva e intolerable que tienen los empresarios del transporte para contratar a gente sin condiciones para ser pilotos de transporte público y que en su abuso ponen en constante riesgo la vida de miles de personas que necesitan de ese medio para movilizarse y que tienen que confiar en la pericia y responsabilidad, difíciles de hallar, de quien vaya conduciendo el bus.

Luego vivimos el caso del niño muerto por desnutrición, hecho frente al que se producen variadas reacciones. Unas tan extremas que se centran en culpar a los padres por haberlo traído al mundo sabiendo que son pobres, al punto de clamar por acciones para que las mujeres miserables, según dicen, no tengan más hijos. Cómo podemos pedir paternidad responsable en un país donde no hay educación responsable para que nuestra gente sepa siquiera de qué estamos hablando. Se trata de condiciones de miseria extrema y todavía pretendemos que esa gente, que no tiene ni para comer, use métodos anticonceptivos para evitarnos la vergüenza de ver que los niños se mueren de hambre en este país.

Y no faltan los que critican que la prensa haga bulla con estos casos, porque para ellos es más importante dar la apariencia de que somos un país con mucho desarrollo, del modelito pintado por Guatemala, pretendiendo que esa basura, nuestra realidad que es de verdad una basura, esté oculta bajo la alfombra para que no nos perturbe el ánimo diario. Si ignoramos esas lacras sociales, podemos llevar nuestra vida tranquilos y así lo hemos hecho tanto, sobre todo los que nos consideramos sectores influyentes de la sociedad, que alentamos la pobreza, la mantenemos y, lo peor de todo, nos beneficiamos de ella porque sin el aporte de los migrantes, fruto de la pobreza, este país estaría en una crisis económica de incalificables dimensiones.

Duele mucho ver la pobreza y sus efectos, pero más duele y ofende ver que la ciudadanía no se inmuta y que algunos, cuando opinan, es para minimizar la relación que hay entre estos hechos trágicos con nuestra pobreza estructural que nunca hemos encarado con seriedad y determinación. Duele mucho ver que para que nuestra economía subsista tenemos que seguir tratando mal al pobre para que emigre y nos mantenga a todos con su esfuerzo como trabajador ilegal en los Estados Unidos.

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