No es un secreto para nadie que las finanzas públicas se encuentran en uno de los peores momentos porque no solamente somos un Estado con una vergüenza de carga tributaria, sino porque los escándalos de corrupción han minado la confianza de los contribuyentes e inversionistas, y también porque las instituciones han utilizado los recursos para cualquier cosa, menos para proyectos de nación.

Pero lo más preocupante es que ante una situación como esa, pareciera que no se tiene muy claro el rumbo de parte de las autoridades y ello ha derivado que la confianza de la población siga en los suelos y que las expectativas de solución no parezcan siquiera cercanas.

A finales del año 2015 el entonces Presidente Electo, Jimmy Morales, le pide a su equipo de transición que deje de participar en la discusión sobre el Presupuesto General de Ingresos y Egresos de la Nación, dejando en manos de los maestros de la manipulación y el chantaje (los diputados) el destino y la repartición de los fondos. Cabe recordar que una de las primeras “sorpresas” para el gobierno, fue la estructura de dicho presupuesto.

Posteriormente, ya en el poder, entre el gobierno y la comisión de Finanzas se ha dicho que se utilizarán préstamos como fuente de financiamiento del presupuesto, cuando se sabe que no pueden ser utilizados en operación; se dijo en el Ejecutivo que analizaba una amnistía fiscal, para luego dar marcha atrás y decir que este no es el momento; se plantea que se eliminará el secreto bancario, para después decir que sí, pero que no y que, lo más probable es que quién sabe pero que no. Este enredo no permite que se le entren a los problemas desde la raíz.

Aplaudimos cuando el ministro del ramo hizo ver que en el 2013 éramos el Estado más pequeño y ahora lo somos aún más, porque reconocer el problema era un gran primer paso; además que en el tema de la SAT parece que la determinación de establecer sistemas y procedimientos que garanticen las buenas prácticas genera buenas sensaciones ante la urgente necesidad de retomar la capacidad del Estado de una operación sana en la entidad recaudadora.

Pero dada la gravedad las circunstancias que atravesamos, las medidas son muy tímidas para la envergadura del problema y parece que seguimos en la etapa en la que cuando los poderosos dueños de la finca agarran el teléfono y dicen: “ahí mejor no te metas”, se entierra cualquier asomo de cambio.

La ciudadanía, mientras tanto, sigue dando ejemplo de sueño. Porque la seriedad que hace falta en una crisis para establecer políticas claras y determinadas que nos saquen del atolladero, parece que simplemente no es del interés de nadie. Es una lástima que, mientras deciden si a la derecha o a la izquierda, se ha perdido tanto tiempo.

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