Sandra Xinico Batz

No comparto el contenido de esa frase que dice «cada pueblo tiene el gobernante que merece» porque es omitir responsabilidades y seguir culpando a los pueblos de la falta de ética y delitos que por muchísimos años se han venido cometiendo en la política de este país por unos cuantos. Tampoco responsabilizo a quienes asqueados de las malas experiencias del pasado (la historia de la «democracia» en Guatemala) prefieren creer más en las «buenas voluntades» que en planes y programas de trabajo si de por medio existe el hambre, la pobreza, el racismo y la exclusión.

¿Cómo elegir conscientemente entre la desnutrición, la violencia y la muerte? ¿Cómo elegir responsablemente entre la alienación y la ignorancia de la historia? ¿Cómo no querer que las promesas y esas «buenas voluntades» sean ciertas y que nuestra realidad cambie?

Constantemente nos latigamos como sociedad tal cual Jesús mártir que debe soportar la tortura para santificarse y entonces más allá de la vida al fin quizá podremos ser felices. Pero para ello debemos soportar la violencia y el terror provocados, la desigualdad y el racismo descarados y además responsabilizarnos de lo que no hicieron e hicieron mal todas y todos aquellos que no obligados juraron defender al gran pueblo de Guatemala a quienes además les costeamos un salario (no bajo por cierto) y les extendemos un nivel de vida cómodo que se llama: funcionarios del Estado y/o gobernantes.

Funcionarios que en su mayoría se han dedicado a hacer carrera política para su beneficio económico y de poder en lugar de administrar en beneficio de los pueblos, como rigen las leyes que deben ser sus funciones y lo que le da lógica de existir a un funcionario público, el del servicio y trabajo en beneficio de un país. Me refiero a que los funcionarios electos de este país, sí son responsables de todo el caos que nos invade y se deben sentir culpables porque lo son por corromperse y enriquecerse de nuestra desgracia, de la zozobra, de la falta de memoria de un país constantemente torturado y golpeado.

Culpables de que sus buenas voluntades se hayan diluido como tiner en el trapo que inhalan cientos de personas en las calles de nuestro país, culpables de que sus espectáculos sean como aguardiente que nos dan a beber los medios (monopólicos) de comunicación, culpables de que sus campañas electoreras no hayan sido más que campañas.

La política y el Estado no son una religión que debe adoctrinarnos en base a nuestra fe porque más del 90% de su existencia no es visible, sino al contrario, deben ser transparentes y su efectividad debe ser medida en base a lo que es real. Y lo que es real en este país es que estamos costeando un circo al que han llamado Estado y los pueblos estamos dando una vez más los muertos sobre los que se mantiene erigido. Si no hacemos nada a pesar de esto, de esto si seremos culpables, de nuestra inacción y silencio.

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