Marco Tulio Trejo Paiz

Olvidémonos de la violencia criminal, del gran saqueo de las arcas nacionales, del narcotráfico, etcétera, y hablemos un poco de las tristes realidades de la vida y algo de la muerte.
Un inquieto e inspirado poeta dijo que la vida no es más que un «¡ay! prolongado apenas interrumpido por una carcajada»…
Pero… ¿qué significa ese pensamiento? Sencilla y llanamente que a lo largo de nuestra existencia es más el sufrimiento que lo placentero o alegre.
Sufrimos desde que vemos por primera vez la luz del día; por los estudios preprimarios, primarios, secundarios y superiores, al morir nuestros padres, abuelos, hermanos, nietos o buenos amigos; cuando carecemos del salario a consecuencia del desempleo, de vivienda, de los satisfactores indispensables, por las atrocidades de las dictaduras, que surgen tras los cuartelazos aboliendo la constitución, sustituyendo los regímenes democráticos, por las enfermedades, por no tener posibilidades de superarnos educándonos en cualquier plantel público o privado.
En realidad, es más lo que sufrimos y muy poco el gozo que nos brinda la vida.
Otro famoso poeta dijo frente a una necrópolis: «Mansión de la verdad es la que miras, no desoigas la voz del que te advierte que todo es ilusión, menos la muerte».
Es relativo, realmente, que sólo la gente acaudalada vive feliz, satisfecha y con sonoras carcajadas de alegría; porque andan mal sus negocios, porque tiene problemas en el hogar; mas, también, los pobres tienen buenos momentos de felicidad, de satisfacción y de gozo, todo depende de su comportamiento en lo personal y en lo social, o sea sin darse a los vicios y al incumplimiento de la ley, sin apropiarse de lo ajeno.
El conformismo en la situación de infortunio no es aconsejable, pues habrá que ir hacia adelante, siempre hacia adelante tras el éxito.
Podría emborronar muchas cuartillas para desarrollar ampliamente tan interesante tema que estoy comentando, pero opto por quedarme hasta aquí.
Juan Pueblo dice que esta vida no es vida y que preferible será que confiemos a Dios nuestro destino.

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