Alfonso Mata

Cuando hablamos de crisis, debemos entender que algo no funciona, de que en ciertas partes hay algo que anda mal. En nuestro caso, que no hay una adecuación entre realidad y respuesta frente a los problemas de ésta y eso lo ejemplifica con claridad, la muerte del niñito de la zona 6 y todas las que se suceden a diario. Es el modelo de salud el que está en crisis o hay otros elementos sociales y ambientales también en juego.

En primer lugar entre los elementos fundamentales, tenemos el impacto de los costos del desarrollo científico tecnológico que crea una bancarrota financiera en el modelo de salud y que no ha sido solucionado. En segundo lugar tenemos los grandes desequilibrios macroeconómicos y de inversión pública producidos en nuestra economía, que no ve la salud pública como una inversión, sino como asistencia, y por lo tanto no se preocupan por una recuperación de la producción y productividad del sistema de salud.

Un tercer elemento que desde hace décadas sigue sin solucionar es que el trabajo de salud no debe ser simplemente fruto y enfocado a situaciones coyunturales, en eso hemos invertido gran parte de nuestro esfuerzo y dinero, dejando a un lado sin atender, las condiciones y situaciones que las provocan, y en cuarto lugar, no hemos logrado definir con claridad, las relaciones entre Estado y sociedad. No podemos seguir pensando con dominancia, que el estado es el responsable de todos los males y de todas las obligaciones de salud. Tanto el Estado como la sociedad, en cuestiones de salud, pero también de enfermedad, necesitan actuar de forma sincronizada: mucho más activa, mucho más pensante y mucho más presentes.

Esos son factores que inciden sobre cualquier sistema de salud y afectan sus condiciones de producción y productividad. Pero dentro del sistema algo anda mal también y hay algo claro en esto: se hace más patente la necesidad de aumentar la eficiencia y eficacia social y estatal dentro del sistema, no como una meta sino como un conjunto de valores.

Atender la salud del pueblo, significa desplazarse de la preocupación exclusiva por la atención a la enfermedad, hacia la perspectiva de la salud. La población no debería de enfermarse, ese sería el éxito del sistema de salud. ¿Puede ser eso factible? claro que sí. Hemos logrado (aunque con limitaciones) desarrollar modelos explicativos de gran potencialidad sobre el origen y evolución de las enfermedades, especialmente de las que más matan a los niños y de la forma de combatirlas y evitarlas.

Entonces la crítica al sistema de salud debe partir de que no ha sido capaz de traducir ese potencial explicativo, en formas de intervenciones eficaces y eficientes sobre la realidad. Por tanto, el asunto fundamental tiene que ver con el desarrollo y mejoramiento del conocimiento y la práctica profesional. ¿Responde a los requerimientos de las necesidades de salud de la población y a los desarrollos institucionales del Estado? Bajo esa pregunta, es necesario esclarecer cuál debe ser la participación del Estado, cuál la de la población y como enganchar estas maquinarias y establecer los puentes entre esos niveles: que te corresponde a ti, que me corresponde a mí.

Es urgente que autoridades revisen lo qué hacen y pretenden hacer, respondiendo la pregunta, desde tres campos: el conocimiento, la acción (o sea como un objeto: la salud del pueblo) y la inversión, como responsabilidades fundamentales del Estado y del gobierno, no de un ministerio y sus servicios, que en la práctica se han convertido en servicios de atención médica y no de salud.

Surge aquí el problema que tanto Estado como población entienda, que la salud es un complejo de desafíos, no solucionables por los médicos, sino por muchas disciplinas que concurran a esclarecer problemas y a darles salida. La muerte de los niños y las mujeres no es consecuencia exclusiva de la atención, es producto de una mala estructura social y por lo tanto, la salud es un problema básicamente interdisciplinario y no está directamente conectada con la enfermedad y con la atención a los enfermos. No podemos quedarnos imperturbables ante un hecho que se nos saca en cara «la economía va muy bien, pero el pueblo es cada vez más miserable».

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