René Arturo Villegas Lara

Más allá de los museos, al lado derecho, yendo para el aeropuerto, se extendían unos campos de tierra sin ninguna construcción. Hoy los ocupan el edificio de la Contraloría y el llamado domo. Pues bien, a mediados de la década de 1950, allí se instalaba una zarabanda popular que funcionaba los domingos por la tarde. Había marimba, vendían aguas gaseosas, cervezas y octavos de guaro. Los dueños construían una galerona de madera y sobre pilotes de pino hacían un entarimado que servía de pista de baile. En la puerta de entrada todo mundo, hombres y mujeres, tenían que pagar dos quetzales de admisión, y ya adentro se pagaba por cada pieza que se bailara, más lo que se bebiera en una cantina improvisada. En la entrada, el dueño fijaba un cartel en donde establecía las reglas internas de La Sampedrana: 1. Baile 6 piezas por Q0.25. 2. No beber más de dos cervezas ni más de medio octavo. 3. Prohibido tirar chencas en el piso, para que no se quemen los pies las señoritas. 4. No escupir en el suelo; para eso están las paredes. 5. Quien arme peleas será expulsado por el personal de seguridad. 6. Prohibido propasarse en cuestiones de caricias entre las parejas. 7. La fiesta termina a las 12 en punto, cuando la marimba toque el son y a escupir a la calle. Más al fondo de este alegre establecimiento, ya casi llegando al barranco en donde el Presidente Ydígoras construyó una montaña rusa, funcionaba otro salón de baile similar: La Flor del Chinique, sólo que con más alcurnia: mesas en el bar con manteles de cuadritos marcados en Cantel y meseros uniformados que servían el licor. A La Flor del Chinique ingresaban las trabajadoras de los chalets de La Reforma y del Tívoli; y los obreros que llegaban en busca de una pareja de domingo, solían asistir entacuchados. Los normalistas, en cambio, consideraban que La Sampedrana y La Flor del Chinique, eran la misma vaina: allí se iba a aprender a bailar y de perdida conseguir alguna aventura que mitigara las alucinaciones reprimidas de los adolescentes internos que parecían garañones alimentados con cebada. Tanto en La Sampedrana como en La Flor del Chinique, el control del pago de las piezas que se bailaban se hacía comprando un talonario de seis boletos y tres empleados los recogían utilizando un lazo que pasaban sobre las cabezas de las parejas. Los que no teníamos dinero para ir al Parque Centenario, al programa “La Hora Nacional”, que después se llamó “Guatemala, Trabaja y Progresa”, a escuchar orquestas, tríos o cantantes que actuaban en la Concha Acústica, nos perdíamos la oportunidad de oír al Trío Melódico, a Los Brujos, al Trío Latino, a Mildred Chávez, a Dora Renee, a Juan de Dios Quezada, a Ávalos Gutiérrez y a Taco y Enchilada; pero, a cambio se podía ir a bailar a esas zarabandas populares. Así que solíamos quedarnos en la Puerta de la Normal, viendo pasar a todas las empleadas dispuestas a gozar su domingo en La Sampedrana o La Flor del Chinique, a la aventura de enredarse con un cuque de la base militar de la Aurora, con un mecánico del Gallito, con un chofer de camioneta urbana o con estudiantes de la Normal, que mentían diciendo que eran albañiles, sastres o talabarteros, con tal de conseguir que las elegantes féminas no los despreciaran por ser estudiantes faroleros con los que no se tenía ningún porvenir, porque si decían que eran estudiantes, ahí la cortaban. Las mujeres que acudían a esos bailes pasaban en grupos de tres o cinco, con risas burlonas y retozonas por un placentero e inmediato futuro, aunque fuera en la soledad de los antiguos bosques del Hipódromo del Sur; además, vestían con elegancia: satines lustrosos, de vistosos colores encendidos, zapatos rojos y trenzas con moños de encajes, conjuntadas con otras orgullosas de su etnia que llegaban de corte, oriundas de diversos pueblos del país. La prevención de no tirar chencas encendidas era un resabio de antaño, ya que ninguna mujer llegaba descalza. Fueran zapatos o caites, los pies estaban libres de las chencas de cigarrillos Payasos y Vaqueros, sólo con el cuidado de no acularse a las tablas que hacían de pared, por aquello de las escupidas. Y resulta que los malcabrestos internos de la Normal no perdían domingo para irse a meter a La Sampedrana o a La Flor del Chinique. Chalo Guzmán, la Gringa, Chabeco, Chano Alfaro, Papelera, Jibas, el Tigre Batres, Fidel Solares y otros que se me olvidan, eran asiduos clientes de La Sampedrana y en algunas ocasiones de La Flor del Chinique, cuando de sus casas les habían mandado lo del fin de mes. Era la época del mambo, de las guarachas, de los danzones y boleros, que la marimba orquesta, llegada de Comalapa, tocaba con entusiasmo, fe y alegría. La Sampedrana y La Flor del Chinique se extinguieron como se extinguió el internado de la Escuela Normal. Entonces aparecieron centros de baile popular domingueros más institucionalizados: El Gremio Obrero, el Porvenir de los Obreros, el Salón Guatemala, el Gremio Ferrocarrilero y demás. Poco a poco también estos salones han ido terminando porque la gente, por tanto peligro y falta de seguridad, ha perdido la costumbre de bailar y estar alegre.

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