Eduardo Blandón

Si algo nos puede enseñar la Semana Santa es la perspectiva de un horizonte que trasciende las condiciones terrenas. No es la muerte la que se celebra, sino la vida, las posibilidades abiertas a partir de las promesas de Cristo. Es esto lo rescatable de las festividades religiosas y lo que debemos considerar para aferrarnos a la fe.

En eso se cifra el cristianismo y es el valor central del mensaje bíblico. La resurrección es el culmen del anuncio evangélico porque apunta al sentido que sostiene el programa de vida. Como sugería Teilhard de Chardin es lo único que le da sentido a la vida y por lo que vale la pena superar las contradicciones propias de la existencia.

Con la kénosis, el abajamiento de Cristo que se hace hombre, Dios nos enseña a ser humildes, pero también supone un reconocimiento de lo terreno. A partir de ello, el mundo se legitima y permite el disfrute de las condiciones dadas por Él mismo. Solo ahora podemos vivir en plenitud reconociéndolo también en la finitud que lo anuncia.

Con todo, las condiciones serán siempre limitadas. Por ello, es necesario no relajarnos mucho para aspirar, sin dejar de disfrutar, al regalo que supera la contingencia terrena. Es la promesa que Cristo nos anuncia y ahora recordamos en la Semana Mayor. Jesús yacente nos debe hacer suspirar por la garantía ofrecida de una vida superior.

Deseo para usted un feliz descanso que sirva para la recuperación de las energías perdidas por el trabajo. Ojalá se reencuentre con su familia y viva días inolvidables en los que el diálogo ocupe el lugar que le corresponde. No se olvide, por último, que el descanso es un regalo que quizá algunos no tengan, dé gracias al cielo para que esos dones continúen sin límite. Hay que ser agradecidos.

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