Eduardo Blandón

Los altos cargos públicos son una cosa muy seria para ponerla en manos de gente incompetente. El ejercicio político sobrepasa en impacto a cualquier otra actividad profesional. Por ello, es lamentable el procedimiento de los líderes locales que se permiten las bromas y falta de respeto, mostrando incompetencia para tan importantes puestos.

El caso reciente de Jimmy Morales justificando declaraciones por haber hablado en broma (asegura que nunca extendió la invitación a maestros para que donaran pupitres… fue una broma sacada de contexto) lo deja en entredicho y bajo sospecha porque no se comprende cómo un alto mandatario pueda jugar con la prensa y la ciudadanía necesitada de proyectos de desarrollo.

Pero no es un caso único. En el Congreso de la República, su Presidente, Mario (El Loco) Taracena, hace gala de patanería, informalidad y política de cañería. La última joya lo constituye el enfrentamiento con César Fajardo, en el que ambos mostraron el cobre.
Taracena: «Con Fajardo me equivoqué, no son 34 plazas, son 39 y aunque se enoje y se amargue, le vamos a quitar la oficina de $2,800. Fin a privilegios».
Fajardo: «Si me lo dijera un ciudadano común, le diría que es un estúpido».

Total que vivimos días de circo. Espectáculo que, como diría Vargas Llosa, es global. En Estados Unidos, con un candidato ridículo, xenófobo y guerrerista: Donald Trump. En Italia, con un misógino Berlusconi: «no se puede ser madre y alcaldesa de Roma». Y la lista es extensible a Venezuela, Nicaragua y… por supuesto Guatemala, entre otros.

Evidentemente, el ridículo de nuestros políticos nos hace lucir mal. Pero no me refiero a lo estético, sino al pobre desempeño de los improvisados líderes que nos condenan al eterno retorno de lo mismo. Más allá de las bufonadas de Jimmy, lo preocupante es la falta de asunción del poder y una visión que nos conduce al extravío, aprovechado eso sí, de quienes tienen las cosas muy claras: el empresariado y las mafias criminales.

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